El choque de estas emociones fue tal que se agazapó algunos minutos en el fondo del coche, temblando de alegría. ¡Al fin un pequeño destello surgía en medio de las tinieblas! ¡En la selva sombría, donde se cruzaban miles de senderos, recogía la primera marca de una pista seguida por el enemigo!En una oficina de correos pidió comunicación con el castillo de Crozon. La propia condesa le contestó:
─Oiga... ¿Es usted, señora?
─Señor Holmes, ¿no es verdad? ¿Todo marcha bien?
─Muy bien, pero con la mayor diligencia quisiera usted decirme... ¿oiga?..., una sola cosa.
─Le escucho.
─¿En qué época fue construido el castillo de Crozon?
─Se quemó hace treinta años y fue reconstruido.
─¿Por quién? ¿En qué año?
─Una inscripción que hay encima de la escalinata dice así: Lucien Destange, arquitecto, 1877.
─Gracias, señora.
Y se alejó, murmurando:
─Destange... Lucien Destange... Ese nombre no me es desconocido.
Al toparse con una biblioteca pública, entró, consultó un diccionario de biografías y copió la nota dedicada a «Lucien Destange, nacido en 1840, Gran Premio de Roma, oficial de la Legión de Honor, autor de obras muy importantes sobre Arquitectura, etcétera».
Entonces regresó a la farmacia, y de allí al sanatorio, adonde habían trasladado a Watson. En su lecho de dolor, el brazo enyesado y con fiebre alta, el compañero de Holmes divagaba.
─¡Victoria, victoria!... ─exclamó Holmes─. Ya tengo un extremo del hilo.
─¿De qué hilo?
─¡Del que me llevará al ovillo! Desde ahora andaré sobre terreno firme, donde encontraré huellas, indicios...
─¿Cenizas de cigarro? ─preguntó Watson, a quien reanimaba el interés de la situación.
─¡Y muchas otras cosas! Piense, Watson, que he deshecho el lazo misterioso que unía entre sí las diferentes aventuras de la Dama Rubia. ¿Por qué las tres casas en que se desarrollaron las tres aventuras fueron elegidas por Lupin?
─Sí, ¿por qué?
─Porque esas tres casas, Watson, fueron construidas por el mismo arquitecto. Era fácil de adivinar, dirá usted. Sí... Pero nadie pensó en ello.
─Nadie, excepto usted.
─Excepto yo, que sé ahora que el mismo arquitecto, combinando planos semejantes, ha hecho posible la realización de tres actos, milagrosos en apariencia, pero en realidad simples y fáciles.
─¡Qué felicidad!
─Y ya era tiempo, amigo mío, porque empezaba a perder la paciencia... Nos encontramos ya en el cuarto día.
─De los diez.
─¡Oh! Pero desde este momento...
No podía estarse quieto, exuberante y alegre, contra su costumbre.
─Cuando pienso que hace un rato, en la calle unos bribones pudieron haberme roto el brazo como lo hicieron con usted... ¿Qué dice usted a eso, Watson?
Watson se contentó con estremecerse ante aquella horrible suposición. Y Holmes continuó:
─¡Que nos sirva de provecho esta lección! Escuche, Watson: nuestro gran error ha sido combatir a Lupin a pecho descubierto, y no ha habido más que un mal menor, puesto que sólo ha conseguido dañarlo a usted.
─Y me ha quitado de en medio, rompiéndome un brazo.
─¡Alégrese de que no hayan sido los dos! Pero ya está bien de fanfarronadas. A plena luz y vigilado, seré vencido. En la sombra y con libertad de movimientos, tengo ventaja, cualquiera que sea la fuerza del enemigo.
─Ganimard podría ayudarlo.
─¡Nunca! El día que me sea permitido decir: «Arsenio Lupin está ahí, ahí tiene usted su guarida, y mire lo que hay que hacer para echarle el guante...» iré a buscar a Ganimard a una de las dos direcciones que me ha dado: la de su domicilio, calle Pergolése, o a la taberna Suisse, plaza del Chátelet. De aquí a entonces actuaré solo.
Se acercó a la cama, posó la mano sobre el hombro de Watson (sobre el hombro enfermo, naturalmente) y le dijo con gran afecto:
─Cuídese, amigo mío. Su papel consiste, de ahora en adelante, en tener ocupados a dos o tres hombres de Lupin, que esperarán en vano, para encontrar mi pista, que yo venga a enterarme de cómo sigue. Es un papel de confianza.
─Un papel de confianza y se lo agradezco mucho ─replicó Watson, lleno de gratitud─. Pondré todo mi empeño en interpretarlo concienzudamente. Pero, por lo que veo, ¿no volverá más por aquí?
─¿Para qué?
─En efecto... en efecto… me encuentro tan bien como es posible. ¿Podría usted darme de beber?
─¿De beber?
─Sí. Me muero de sed. Y con la fiebre...
─¿Cómo no? Inmediatamente.
Manipuló en dos o tres botellas, vio un paquete de tabaco, encendió su pipa y, de pronto, como si no hubiese oído la súplica de su amigo, se fue, mientras que el pobre Watson imploraba con los ojos un vaso de agua inaccesible.
❈❈❈
─¿El señor Destange?
El criado miró de arriba abajo al individuo al que acababa de abrir la puerta del chalé..., el magnífico chalé que hacía esquina con la plaza de Malesherbes y la calle Montchanin..., y ante el aspecto de aquel hombrecito de cabellos grises, mal afeitado y cuya larga levita negra, de dudosa limpieza, se adaptaba a las anomalías de un cuerpo que la naturaleza había maltratado especialmente, respondío con el desdén que convenía:
─El señor Destange está y no está aquí. Depende. ¿El señor tiene tarjeta?
El señor no tenía tarjeta, pero sí una carta de presentación, y el criado tuvo que llevar dicha carta al señor Destange, el cual ordenó que condujeran hasta él al recién llegado.
Fue, pues, introducido en una inmesa habitación, en forma de rotonda, que ocupaba una de las alas del chalé, y cuyas paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros. El arquitecto le preguntó:
─¿Es usted el señor Stickmann?
─Sí, señor.
─Mi secretario me anuncia que está enfermo y que lo envía para que continúe la confección del catálogo general de los libros, que él había empezado bajo mi dirreción, muy especialmente el catálogo de los libros alemanes. ¿Esta usted acostumbrado a esta clase de trabajo?
─Sí, señor, una gran costumbre ─respondió el señor Stickmann con fuerte acento tudesco.
Antes tales afirmaciones, el acuerdo fue concluido, y el señor Stickmann, sin demorarse más, se puso a trabajar con su nuevo jefe.
Sherlock Holmes estaba dentro.
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Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...