13. Sherlock Holmes abre las hostilidades[2]

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sherlock Holmes es un hombre... de lo más vulgar. De unos cincuenta años de edad, parecía un honrado inglés que hubiera pasado toda la vida ante su escritorio llevando los libros de contabilidad. Nada le diferenciaba de un honorable ciudadano de Londres, ni sus patillas rojizas, ni su barbilla afeitada, ni su aspecto un poco tosco..., nada, salvo aquellos ojos terriblemente agudos, vivos y penetrantes.

Y, sobre todo, era Sherlock Holmes, es decir, una especie de fenómeno de intuición, de observación, de clarividencia y de ingeniosidad. Creería que la naturaleza se entretuvo en tomar los dos tipos de detectives más extraordinarios producidos por la imaginación el Dupin, de Edgar A. Poe, y el Lecoq, de Gaboriau, para construir uno a su manera, más extraordinario e irreal aún. Y uno se pregunta verdaderamente cuando se oye el relato de los hechos que lo han hecho famoso en el mundo entero, se pregunta si este Sherlock Holmes no es un personaje legendario, un héroe surgido vivo del cerebro de un gran novelista, de un Conan Doyle, por ejemplo.

Como Arsenio Lupin le preguntaba sobre la duración de su estancia, llevó inmediatamente la conversación al terreno verdadero.

─Mi estancia aquí depende de usted, señor Lupin.

─¡Oh! ─exclamó el otro, riendo─. Si dependiera de mí, le rogaría que tomase el barco esta misma tarde.

─Esta tarde es un poco precipitado, sin embargo espero que dentro de ocho o diez día...

─¿Tiene, entonces, tanta prisa?

─Tengo muchas cosas pendientes: el robo del banco Anglo-chino, el rapto de lady Ecceleston... Veamos, señor Lupin, ¿cree usted que bastará con una semana?

─De sobra, si se refiere usted al doble caso del brillante azul. Además, es el lapso de tiempo que me hace falta para tomar mis precauciones, en el caso de que la solución de este doble asunto le diera sobre mí algunas ventajas peligrosas para mi seguridad.

─Es que yo cuento con conseguir esas ventajas en el espacio de ocho o diez días ─dijo el inglés.

─¿Y mandar a detenerme el día once, quizá?

─El décimo, límite final.

Lupin reflexionó y moviendo la cabeza, dijo:

─Difícil..., difícil...

─Difícil, sí, pero posible, luego seguro.

─Absolutamente seguro ─remachó Watson, como si él mismo hubiese distinguido claramente la larga serie de operaciones que conducirían a su colaborador al resultado anunciado.

Sherlock Holmes sonrió:

─Watson, que me conoce, está ahí para atestiguarlo. ─Y continuó─, evidentemente, no tengo todos los triunfos en mi mano, puesto que se trata de asuntos que vienen de varios meses atrás. Me faltan los elementos, los indicios sobre los cuales tengo la costumbre de apoyar mis investigaciones.

─Como las manchas de fango y las cenizas de los cigarrillos ─dijo Watson con voz grave.

─Pero, aparte de las notables conclusiones del señor Ganimard, tengo a mi disposición todos los artículos escritos sobre ese tema, todas las observaciones recogidas y, como consecuencia de todo eso, algunas ideas personales sobre el caso.

─Algunos puntos de vista que nos han sido sugeridos bien por análisis, bien por hipótesis ─añadió Watson sentenciosamente.

─¿Sería indiscreto..., preguntarle la opinión general que se ha formado usted del caso? ─Preguntó Arsenio Lupin, con ese tono diferente que empreaba para hablar a Holmes.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora