34. La lámpara judía 1[3]

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─Algún criado...

─Nadie entra aquí por la mañana sin haber llamado. Por lo demás, yo siempre tengo la precaución de echar el cerrojo de esta segunda puerta, la cual comunica con la antecámara. Así pues, la ventana había sido abierta desde fuera. Además, tuve la prueba de ello: el segundo cristal del panel de la derecha, cerca de la felleba, había sido cortado.

─¿Y esta ventana?

─Esta ventana, como usted ve, da a una terracita rodeada de una balaustrada de piedra. Aquí nos hallamos en el primer piso, y puede usted ver el jardín que se extiende por la parte de atrás del chalé y la verja que lo separa del parque Monceau. Por tanto, es seguro que el hombre vino por el parque Monceau, franqueó la verja con ayuda de una escalera y subió hasta la terraza.

─¿Dice usted que es seguro?

─A cada lado de la verja, en la tierra húmeda de los canteros, se han encontrado agujeros hechos por las dos patas de la escalera, y los mismos dos agujeros existían debajo de la terraza. Por último, el balcón conserva dos ligeros rasguños causados, evidentemente, por el contacto de los peldaños.

─¿No se cierra de noche el parque Monceau?

─Creo que sí, pero, de todas formas, en el número 14 hay un chalé en construcción. Es fácil penetrar por allí.

Holmes reflexionó unos instantes y continuó:

─Llegamos al robo. ¿Se cometió, pues, en el salón en que nos encontramos?

─Sí. Había aquí, entre esta Virgen del siglo XII y este tabernáculo en plata cincelada, una lamparita judía. Ha desaparecido.

─¿Es todo?

─Todo.

─¡Ah!... ¿Y a qué llama usted una lámpara judía?

─Son unas lámparas de cobre, de las que se servían en otras épocas, compuestas de un pie y de un recipiente en donde se ponía el aceite. De este recipiente salía dos o tres brazos destinados a las mechas.

─En realidad, objetos sin gran valor.

─Sin gran valor, en efecto. Pero ésta contenía un escondrijo en el que teníamos la costumbre de guardar una magnífica alhaja antigua, una quimera de oro, rodeada de rubíes y esmeraldas, que era de incalculable valor.

─¿Por qué esa costumbre?

─Palabra, señor, que no sabría decírselo. Tal vez simple diversión de utilizar un escondrijo de esa clase.

─¿Nadie lo sabía?

─Nadie.

─Salvo, evidentemente, el ladrón de la quimera ─objetó Holmes─. Porque si no, no se hubiese molestado en robar la lámpara judía.

─Evidentemente. Pero ¿cómo podía saberlo, puesto que fue la casualidad la que nos reveló el mecanismo secreto de la lápara?

─La misma casualidad pudo revelárselo a alguien más..., a un criado..., a un familiar de la casa... Pero continuemos: ¿avisaron a la justicia?

─Naturalmente. El juez de instrucción llevó a cabo su investigación. Los cronistas policíacos de los grandes periódicos, también. Pero, como le escribí a usted, no parece que el problema tenga la más ligera oportunidad de ser resuelto.

Holmes se levantó de su asiento, se dirigió a la ventana, examinó los cristales, la terraza, la balaustrada, se sirvió de la lupa para estudiar los dos rasguños de la piedra y pidió al señor D'Imblevalle que le llevara al jardín.

Holmes guardó silencio durante algunos minutos más, luego pronunció estas palabras:

─Desde el comienzo de su relato, señor, me ha extrañado la simplicidad de la agresión. Aplicar una escalera, cortar un cristal, elegir un objeto y marcharse con él... No, las cosas no pasan tan fácilmente. Todo esto es demasiado claro, demasiado sencillo.

─¿De forma que...?

─... que el robo de la lámpara judía se ha cometido bajo la dirección de Arsenio Lupin...

─¡Arsenio Lupin! ─exclamó el barón.

─Pero se ha cometido sin que nadie entrase en este chalé... Un criado, tal vez, que haya descendido desde su buhardilla a la terraza, sirviéndose de una cañería que veo en la pared.

─¿Qué pruebas...?

─Arsenio Lupin no hubiera salido del ‹boudoir› con las manos vacías.

─¿Las manos vacías? ¿Y la lámpara?

─Coger la lámpara no le habría impedido coger también esta tabaquera guarnecida de brillantes o este collar de ópalos antiguos. Le habrían sido suficientes dos gestos de brillantes o este collar de ópalos antiguos. Le habrían sido suficientes dos gestos más. Si no los realizó, es que no pudo realizarlos.

─Sin embargo, las huellas revelan...

─¡Comedia! Preparación escénica para llevar por otro lado las sospechas.

─¿Los rasguños de la balaustrada?

─¡Mentira! Los han producido con papel de lija. Mire los residuos de papel que he recogido.

─Las marcas dejadas por las patas de la escalera...

─¡Engaño! Examine los dos agujeros rectangulares debajo de la terraza y los otros dos situados cerca de la verja. Su forma es parecida, pero aquí son paralelos, allí, no. Mida la distancia que separa cada agujero de su vecino, la separación cambia según el lugar. Al pie de la terraza es de veintitrés centímetros. A lo largo de la verja es de veintiocho.

─¿Y sus conclusiones son?

─Que puesto que su forma es idéntica, los cuatro agujeros fueron hechos con ayuda de un solo taco de madera convenientemente tallado.

─El mejor argumento sería ese mismo taco de madera.

─Aquí lo tiene usted ─dijo Holmes─. Lo he recogido en el jardín, debajo de un laurel.

─La acusación que lanza usted contra nuestro personal doméstico es muy grave, señod ─dijo la baronesa─. Nuestros criados son antiguos servidores de la familia, y ninguno de ellos es capaz de traicionarnos.

─Si ninguno de ellos les traiciona, ¿cómo explica que haya podido llegar a mi poder esta carta el mismo día y en el mismo correo que la que ustedes me escribieron?

Alargó a la boronesa la carta que le había dirigido Arsenio Lupin.

La señora D'Imblevalle quedó estupefacta.

─¡Arsenio Lupin!... ¿Cómo ha sabido...?

─¿No pusieron ustedes a nadie al corriente de su carta?

─A nadie ─contestó el barón─. Fue una idea que tuvimos la otra noche en la mesa.

─¿Delante de los criados?

─No estaban más que nuestras dos hijas. Aunque... No... Sophie y Henriette no estaban ya en la mesa, ¿verdad, Suzanne?

La señora D'Imblevalle reflexionó y afirmó:

─En efecto, habían ido a reunirse con la señorita.

─¿Señorita? ─interrogó Holmes.

─El aya, señorita Alice Demun.

─¿Esa señorita no cena con ustedes?

─No. Le sirven aparte, en su habitación.

Watson tuvo una idea.

─La carta escrita a mi amigo Holmes fue echada al correo.

─Naturalmente.

─¿Quién la llevó?

─Dominique, mi mayordomo desde hace veinte años ─respondió el barón─. Toda investigación por ese lado sería tiempo perdido.

─Jamás se pierde el tiempo cuando se investiga ─dijo Watson sentenciosamente. Habiendo terminado la primera investigación, Holmes solicitó permiso para retirarse.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora