29. La segunda detención de Arsenio Lupin[3]

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Sin dejar de vigilar a Lupin, cuyo buen humor lo ponía nervioso, Holmes se prestó de buena gana a esta explicación en la que su amor propio se ufanaba. Y dijo:

─¿Su dirección? La conseguí de la Dama Rubia.

─¿De Clotilde?

─Exactamente. Recuerde... ayer por la mañana..., cuando quise llevármela en su automóvil, ella telefoneó a su modista.

─En efecto.

─Pues bien: compredí más tarde que la modista era usted. Y en el barco, anoche, por un esfuerzo de memoria, que es acaso una de las cosas que más me enorgullece, llegué a reconstruir las dos últimas cifras de su número telefónico...: setenta y tres. Como poseía la lista de sus casas retocadas, me fue fácil, a mi llegada a París esta mañana a las once, buscar y descubrir en la guía el nombre y la dirección del señor Félix Davey. Una vez conocidos esos datos, le pedí ayuda al señor Ganimard.

─¡Admirable! ¡De primer orden! No puedo por menos de inclinarme ante el hecho. Pero lo que no consigo comprender es cómo ha cogido el tren de El Havre. ¿Qué hizo para evadirse de L'Hirondelle?

─No me avadí.

─Sin embargo...

─Usted dio orden al capitán de que no llegara a Southampton antes de la luna de la madrugada. Me desembarcaron a medianoche. Pude, pues, coger el paquebote de El Havre.

─¿Me traicionó el capitán? ¡Es inadmisible!

─No le traicionó.

─¿Entonces?

─Fue su reloj.

─¿Su reloj?

─Sí, su reloj, lo adelanté una hora.

─¿Cómo?

─Como se adelanta un reloj: dándole vueltas a la corona. Hablábamos, sentados uno junto al otro, yo le contaba historias que le interesaban... palabra que no se dio cuenta de nada.

─¡Bravo, bravo! El truco es bonito. Tomo nota. Pero ¿y el roloj que estaba colgado en la pared de la cabina?

─¡Ah! Eso fue más difícil. Yo tenía las piernas amarradas pero el marinero que me vigilaba durante las ausencias del capitán giro las agujas del reloj.

─¿Él? ¿Cómo consintió...?

─¡Oh! El hombre ignoraba la importancia de su acto. Yo le dije que me era absolutamente necesario tomar el primer tren para Londres, y...se dejó convencer.

─Mediante...

─... un regalito... que el buen hombre, además, tiene intención de enviarle a usted.

─¿Qué regalo?

─Casi nada.

─¿Pero qué?

─El brillante azul.

─¿El brillante azul?

─Sí, el falso, el que usted sustituyó por el de la condesa, y que ella me confió.

Hubo una explosión de risa, repentina y tumultuosa. Lupin se desternillaba, con los ojos llenos de lágrimas.

─¡Dios mío, qué gracioso! ¡Un brillante falso conquistó al marinero!... ¡Y el reloj del capitán!... ¡Y las agujas del reloj del capitán!... ¡Y las agujas del reloj de la pared!...

Holmes jamás había experimentado tanta violencia en la lucha entablada entre Lupin y él. Con su instinto prodigioso, adivinaba, bajo aquella alegría excesiva, una formidable concentración  de pensamiento, como una agrupación de todas las facultades.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora