17. Algunas luces en las tinieblas[1]

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Por muy templado que sea el carácter de un hombre y Sherlock Holmes es uno de los seres sobre los que la mala suerte apenas actúa, existen, sin embargo, circunstancia en que el más intrépido siente la necesidad de reajustar sus fuerzas antes de afrontrar de nuevo los azares de una batalla.

─Me concedo vacaciones hoy ─dijo.

─¿Y yo?

─Usted, Watson, comprará trajes y ropa interior para reponer nuestro guardarropa. Durante ese tiempo yo descansaré.

─Descanse usted, Holmes. Yo velo.

Watson pronunció esas palabras con toda la importancia de un centinela colocado en un puesto avanzado y, por consiguiente, expuesto a los peores peligros. Su rostro se abombó. Sus músculos se distendieron. Con mirada aguda escrutó el espacio del pequeño cuarto del hotel que habían elegido como domicilio.

─Vaya, Watson. Me aprovecharé de eso para preparar un plan de campaña más apropiado al adversario que tenemos que combatir. Mire, Watson, nos hemos equivocado sobre Lupin. Es preciso empezar otra vez por el principio.

─Antes, si es posible. Pero ¿tenemos tiempo?

─¡Nueve días, querido amigo! Cinco de más. ─Toda la tarde se la pasó el inglés fumando y duemiendo. Hasta la mañana siguiente no empezó sus operaciones.

❈❈❈

─Watson, ahora ya estoy preparado. Nos vamos a ir.

─Vamosno ─dijo Watson, lleno de ardor guerrero─. Confieso que, por mi parte, siento un hormigueo en las piernas.

Holmes celebró tres largas entrevistas: con el abogado Detinan, primero, estudiando el apartamento en sus menores detalles, con Suzanne Gerbois, a la que pidió por teléfono que fuera a verlo, interrogándola sobre la Dama Rubia, y por último, con Sor Auguste, retirada al convento de las Visitadines después del asesinato del barón de Hautrec.

Watson esperaba fuera y , cuando se iba la visita, preguntaba:

─¿Contento?

─Muy contento.

─Estaba seguro, nos encontramos en el buen camino. Continuemos.

Anduvieron mucho. Visitaron los dos inmuebles que encuadraban el chalé de la avenida de Henri-Martin, luego fueron hasta la calle Clapeyron, y mientras examinaban la fachada del número 25, Holmes decía:

─Es evidente que existen dos pasadizos secretos entre estas casas... Pero lo que no alcanzo a comprender...

En su fuego interno, y por primera vez, Watson dudó del poder excepcional de su genial colaborador. ¿Por qué hablaba tanto y actuaba tan poco?

─¿Por qué? ─preguntó Holmes, respondiendo a los íntimos pensamientos de Watson─. Porque con este diablo de Lupin se trabaja en la cuerda floja, al azar, y en vez de extraer la verdad de los hechos precisos, hay que extraer de su propio cerebro para comprobar enseguida si se adapta bien o no a los acontecimientos.

─¿Los pasadizos secretos?

─Y después, ¿qué? Cuando los conozca perfectamente, cuando conozca el que permitió a Lupin entrar en la casa del abogado o el que siguió la Dama Rubia depsués del asesinato del barón de Hautrec, ¿habré avanzado algo? ¿me proporcionará eso armas para atacar?

─Ataquemos siempre. ─Exclamó Watson.

No había terminado de pronuncial la frase, cuando retrocedió geitando. Algo acababa de caer a sus pies: un saco medio lleno de arena, que habría podido herirlos gravemente.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora