II

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—¿Cuál es tu nombre?

—Mizael.

—Extraño, y no sé qué me sorprende, si después de todo, esto es una locura, la forma en la que llegué, tú, este lugar...

—¿Y cómo te llamas tú? —sonrió.

—Ágata.

—Tienes un nombre hermoso, suena tan dulce.

—Créeme que no lo soy —sonrió cínica, sin mirarlo, observando el resto de la casa del rubio—. ¿Qué haces con tantas pinturas y esculturas?

—Tengo un depósito donde las guardo cuando ya no tengo lugar aquí.

—¿Y por qué no las vendes? ¿O intercambias por algo de tu interés? Tienes mucho talento.

—Las personas de aquí no creen lo mismo.

—Que idiotas, no saben apreciar tu arte.

—¿A ti te gusta? Elige la que más te guste, te la regalo.

—Claro que no, no tienes que hacer eso.

—En serio quiero regalarte la que más te guste.

—Mm, bueno, en ese caso, quiero entonces esta mariposa —sonrió señalando la pintura.

—De acuerdo —sonrió el rubio, antes de tocarla y darle vida, dejando atónita a Ágata—. Ahora eres de ella.

El insecto se posó sobre la cabeza de la jovencita, que se había quedado paralizada por lo que acababa de ver.

—Oh, no te dije que podía darle vida a mis creaciones ¿Verdad?

—N-No ¿Cómo p-puedes olvidar algo así?

—Lo siento, hace mucho no hablaba con otra persona —sonrió.

Ágata lo miró incrédula, y luego caminó hasta la puerta principal de la casa, para abrirla y ver el exterior... Estaba en una maldita montaña. ¡La casa estaba en una puta montaña alejada de toda civilización posible!

—Me gusta la tranquilidad —sonrió acercándose detrás de ella, mirando el hermoso paisaje que la naturaleza le brindaba.

—Vives a pajas ¿Verdad? Dudo mucho que alguien quiera subir aquí para follar.

—¿Pajas? ¿A qué te refieres con eso?

—Olvídalo, no tengo ganas de explicarte nada ahora —le dijo entrando nuevamente a la casa—. Necesito un poco de agua ¿Podrías darme?

—Claro.

—Gracias —pronunció dirigiéndose a una silla.

Estaba sola en un lugar que en teoría no debería de existir, con un tipo con el cerebro del tamaño de una nuez, que hacía magia, y no podía más de tonto.

En su hogar nadie podría explicar cómo había desaparecido, y tristemente, sus padres creerían que quizás era una víctima más de la inseguridad, de algún maldito enfermo que la había secuestrado y asesinado.

Pero... ¿Quién le aseguraba que el hippie no era uno de esos?

Frunció el ceño y tomó lo primero que estaba a su alcance, una lámpara pequeña, y apuntó con ella al rubio que venía de la cocina con un vaso con agua.

—Aquí está tu agua ¿Qué haces?

—Dime en este instante que quieres hacerme ¿Qué vas a hacerme, eh? ¡¿Piensas violarme y asesinarme?!

—¿Qué? Pero-

—¡Responde! —Le gritó arrojándole la figura de lo que parecía ser un cerdito, que Mizael la tomó con una de sus manos, evitando que se rompiera.

—No estoy jugando, Hippie ¡¿Qué demonios planeas hacer conmigo?!

—Nada.

—¡No mientas! —exclamó arrojándole un florero.

—Ya para, no quiero hacerte daño, si lo quisiera, fácilmente podría hacerlo. ¿O no has notado la diferencia de tamaño que hay entre ambos?

Lo miró con desconfianza y bajó lentamente el velador, sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Te tendré en la mira, no creas que seré tan tonta de confiar fácilmente en ti —le advirtió acercándose a él para quitarle el vaso de la mano.

—De acuerdo, y creo que debería hacer lo mismo después de que me atacaras.

—Dos metros de distancia, hippie —pronunció frunciendo el ceño, alejándose de él para ir hasta una puerta—. Esa habitación será mía.

Mizael la miró sorprendido, algo confundido. Encima que era una extraña, ya le estaba imponiendo cosas, y hasta de su casa parecía que se había adueñado.

...

MizaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora