XXIV

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—¡Arrasen con todo! —exclamó sonriendo Bakiela, subida en una de sus enormes criaturas—. Maten a todos hasta que entreguen a Nadiame ¡¿Lo oyeron?! ¡Quiero a Nadiame!

Las unkialas, y sus criaturas, que eran una especie de gigantes deformes, con protuberancias por todo su cuerpo, debido a la forma en la cual habían sido creados, avanzaron hacia la ciudad... Marchitando todo a su paso.

A varios kilómetros de distancia, el pánico entre los Gianmats cada vez se incrementaba más, con cada paso que las criaturas daban, haciendo retumbar el suelo.

Ellos eran simples civiles, no tenían ningún tipo de habilidad cómo lo Takeils.

—Nos matarán a todos ¡Ustedes siempre fueron los culpables de nuestros males! —le gritó un muchacho a un Takeil—. Fuimos privados de todo por su culpa.

—Y gracias a nosotros también seguirán con vida —pronunció con rabia—. ¿Quien mierda los van a defender? Ante su energía ustedes no podrían hacer nada.

—¡Entreguen entonces a esa tal Nadiame! ¡¿Por qué sólo ustedes tienen derecho de procrear?! ¡¿Por qué nos ocultaron que las mujeres habían regresado a Gianmat?!

—Sáquenme a estos normales de mi vista porque haré una estupidez —pronunció molesto un rubio, antes de que unos oficiales le obedecieran—. Al frente vienen las criaturas ciegas, los usarán como muros para poder ingresar a la ciudad, sacrificándolos. Aún no hemos visto a los de ataque, pero estoy seguro que no tardarán mucho en aparecer.

—Es estúpido que ataquen la ciudad principal, sin usar sus bestias de ataque —pronunció un moreno.

—No tiene sentido, pero ya he recorrido todo el área desde que comenzaron a desplegarse, y no los traen con ellas.

—¿Y por qué su líder está al frente? No lo sé, Bluesal, esto me resulta muy extraño.

—Bakiela ya lo ha dicho, no quieren una pelea con nosotros, sólo que le entreguemos a Nadiame. Y de todos los Takeils que he visto en las últimas horas, ninguno la tiene.

***

—Urafael.

—Vine a llevármela, no permitiré que asesinen inocentes por una prostituta —pronunció con rabia el pelirrojo, apareciendo en la casa de Gabrale nuevamente—. Quieras o no, me llevaré a Nadiame de aquí.

—No quiero pelear contigo, por favor.

—Pero a mí no me interesa pelear contigo. Es más, te haré un favor al librarte de esta víbora que lo única que hará será engañarte una vez más —le dijo antes de cubrir su cuerpo de energía color plateada.

Gabrale lo observó y suspiró. Él no quería pelear con su compañero, con otro superior, y mucho menos por Nadiame.

La pelea entre ellos comenzó, y todo en la sala comenzó a desaparecer con cada golpe que se propinaban. Tabitha observó aterrada como todo lo material que la energía de ellos tocaba, desaparecía.

Salió corriendo hacia el exterior, y llegó hasta el límite de la propiedad de Gabrale, mirando hacia abajo el vacío que había. Ni siquiera sabía que tan alto estaban, sólo que desde allí no se podía ver el suelo.

Y al escuchar un gruñido furioso detrás de ella, ni lo pensó, se arrojó al vacío, sabiendo que Urafael venía detrás de ella.

"No quiero morir, no quiero morir." Pensó desesperada, cerrando los ojos por el viento contra su rostro, al ir cayendo a gran velocidad.

"No, no voy a morir."

Abrió los ojos, decidida, y su cuerpo desprendió su energía roja, cubriéndola por completo. Se detuvo en el aire, y observó hacia arriba, y luego hacia abajo, sin poder creer que estuviera flotando.

—Iré a un lugar seguro, ¡Ahora! —exclamó antes de desaparecer.

***

Le parecía un poco injusto que ella estuviera segura en su hogar, preparándose la cena ahora mismo, mientras los demás estaban desesperados, buscando como huir o luchar.

¿Pero qué más podía hacer una simple humana embarazada?

Se sirvió una chuleta en el plato, un poco de puré de patatas, y cuando se estaba por sentar a comer, una mujer apareció en la cocina, haciéndola gritar de miedo.

—¡Miza! ¡Mizael ven aquí! —gritó aterrada, tomando el cuchillo para apuntarla a ella—. ¡No te me acerques! ¡O juro que te mato!

—Tranquila, no voy a hacete daño —intentó razonar Tabitha.

Mizael apareció junto a Ágata y miró confundido a la otra castaña que había aparecido en su hogar.

—¿Quién eres tú?

—No quiero hacerles daño, yo... Yo sólo aparecí aquí, mi nombre es Tabitha McMillan.

—Yo soy Mizael, ella es Ágata. Y no te preocupes, aquí estarás a salvo.

Tabitha lo miró y luego asintió con la cabeza. Al parecer, el rubio desaliñado no tenía idea de quién supuestamente era ella.

...

MizaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora