Salió de la ducha, y cuando estaba yendo para su habitación, pasó por la de Mizael, encontrándolo en la cama. Se asomó por la puerta, y lo observó, antes de suspirar.
El grandote lucía pensativo, acostado boca abajo, abrazando una almohada.
Era tan tonto a veces.
—¿En qué piensas?
—En nada —murmuró.
Tal vez había sido muy ruda con él. Tendría que haber pensando mejor las palabras, y no sonar tan dura.
Entró a la habitación y se subió a la cama también, acostándose a su lado, mirándolo.
—Am, no quería hacerte sentir mal, lo siento —pronunció bajo.
—Está bien.
—Estar enamorado de una persona es algo muy... Importante, entiendes. No es algo que vayas a decir a la ligera, es un sentimiento muy fuerte. Y yo no creo que estés enamorado de mí, porque ni siquiera nos conocemos bien. Quizás, si después de un tiempo tú sigues sintiendo lo mismo, podríamos llegar a considerarlo.
—Bueno.
Sus palabras decían una cosa, pero su mirada otra. Era obvio que nada estaba bien, que le había dolido, o molestado, la reacción de ella.
Pero aquello también era algo que Mizael debía aprender. No siempre en el amor uno es correspondido.
***
Se fue a su taller, mientras Ágata dormía, y se sentó en un banco, tomando algo de arcilla. Era la primera vez, en mucho tiempo, que no tenía ganas de crear.
Su mente siempre estaba llena de ideas, de imágenes, dibujos, formas, pero esta vez estaba vacía... Y quizás era por ella.
Quizás no, sabía que era por ella.
Dejó la arcilla de lado, y fue hasta un lienzo, tomando su pincel y una paleta, mezclando algunos colores, todos en tonalidades grises, blanco y negro, y comenzó a dibujar, trazando finas líneas.
Él no había pedido que ella llegara a su hogar, a su vida, y la cambiara por completo en tan poco tiempo. Antes de que Ágata apareciera, Mizael vivía tranquilo, feliz en su casa.
Pero desde que ella había llegado, todo se había vuelto un caos. Sus sentimientos, su cabeza, todo. Ya no sentía tener seguridad de nada.
Eso era, su vida actualmente se estaba tornando una tormenta.
Pintó un cielo oscuro, de gruesas nubes negras, grises, siendo surcado por muchos relámpagos, y cuando lo terminó, tocó la pintura con su mano izquierda, cerrando los ojos.
***
Estaba durmiendo plácidamente en su cama, cuando el retumbar de un gran trueno la despertó, casi gritando del susto. Se sentó en la cama, agitada, y escuchó otro más, que hizo temblar las paredes de la habitación.
Miró hacia su lado y comprobó que Mizael no estaba allí, estaba sola. Puso un pie fuera de la cama, y no sólo la escuchó, vio la luz de una centella entrar por la ventana, antes de escucharla caer en algún lugar, provocando un estruendo mucho más grande.
—¡Miza! —exclamó tomando una bata, para salir de la habitación y buscar al rubio—. Mizael ¿Dónde estás?
No era persona que le temiera a las tormentas, pero aquella que estaba por comenzar, se escuchaba realmente violenta.
Fue corriendo hasta el taller de Mizael, y antes de poder entrar, se topó contra él, haciéndola tropezar. Y si no fuera porque el rubio la sujetó, hubiese caído.
—¿Estás bien?
—S-Sí, ¿Cómo son las tormentas aquí? Esta se escucha bestial. ¿Estaremos bien aquí adentro?
—Sí, no te preocupes.
—De acuerdo —suspiró Ágata, cerrando los ojos.
Mizael apoyó una de sus manos en el pequeño vientre de ella, y sintió a su bebé, creciendo, hasta que algo llegó a su mente.
"No sabía dónde estaba, porque nadie estaba allí con él, sólo que tenía hambre, frío, y estaba cansado. Y al ser tan pequeño, lo único que podía hacer era llorar.
Hasta que el cansancio pudo más, y luego de quedarse sin voz, cayó dormido. Un sueño que no duró mucho, ya que sintió unos cálidos brazos tomarlo.
Sus ojos se abrieron y se encontró con un hombre de cabello negro y ojos azules, que lo miraba con confusión.
—Debe ser el único niño que se salvó de su edad. Y es Takeil también, vamos —pronunció antes de desaparecer."
Mizael quitó la mano del vientre de Ágata y la observó aturdido. Ese... Había sido un recuerdo de cuando él era un bebé.
...