XXIX

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Sólo cinco Takeil habían ido a las montañas a ayudarlos, y ya estaban siendo reducidos, no sólo por el hecho de estar cansados, sino porque los superaban en número por mucho.

—¡Entreguen a las Merezitas! —exclamó una voz inhumana, de una criatura acercándose a ellos corriendo.

—Diles a tu mujer y a las otras que se vayan ahora, Mizael ¡Ya no hay salida! —exclamó un muchacho pelirrojo, poniéndose en el medio para intentar parar a esa enorme mole de carne de más de cuatro metros.

Era el doble de alto que él, pero la habilidad del muchacho radicaba en su extraordinaria fuerza. Y Mizael no lo dudó, desapareció de allí para aparecer en su taller, dónde estaban Karen, Ren, Tabitha y Ágata.

—¡Miza! —exclamó la jóven embarazada corriendo hacia él, para abrazarlo.

—Deben irse ahora, ya no hay más tiempo.

—¿Qué? ¡No! ¡No voy a dejarte!

—Si no lo hacen, morirán aquí. Ágata, debes irte.

—No, me niego a que mueras por mí, por nosotras.

Mizael la miró a los ojos, angustiado, antes de mirar a Karen y Tabitha.

—Llévenla de aquí, y luego huyan de allí.

—¡No! —exclamó desesperada, cuando ambas mujeres la tomaron de los hombros—. ¡Prométeme que regresarás conmigo! ¡Hazlo! —le gritó forcejeando, mientras intentaban llevarla hasta la pintura.

—No puedo prometerte eso —pronunció bajo.

—¡Hazlo o juro que no me iré!

Asintió con la cabeza, sin poder mirarla a los ojos.

—De acuerdo, lo prometo —murmuró, sintiendo como rompían las paredes de su hogar, y entraban.

—Vuelve a mi, Miza —le dijo Ágata antes de desaparecer junto a Karen, Ren y Tabitha.

Y en ese momento, una unkiala  apareció en frente de él, tomándolo del cuello.

—Es una lástima que dieran sus vidas por esas perras asquerosas. Se nota que los Takeils no tienen memoria —masculló apretando el cuello del rubio.

—E-Era un bebé c-cuando todo ocurrió. Yo r-realmente no recuerdo nada.

—Ow, bueno, ahora te reunirás con papi y mami —sonrió antes de hacer aparecer una lanza en su mano, y elevarla para clavarla en su cabeza.

Pero justo en ese instante, el sonido de una centella cayendo sonó, tomando por sorpresa a la unkiala. Y antes de poder reaccionar, un rayo atravesó el techo, cayendo sobre ella, calcinándola.

Mizael se tomó del cuello, tosiendo, y cayó arrodillado al sentir el suelo temblar como si se tratara de un terremoto, rasgando la tierra, junto al fuerte sonido de una explosión eléctrica.

—Raidael —pronunció esperanzando, poniéndose de pie para salir rápidamente de la casa.

Pero al llegar a su jardín delantero, se sorprendió no sólo por ver a todos muertos, sino también por el hecho de que Raidael no estaba allí.

—Zakael ¿Él ya se fue? No puedo creer que lograras hacer que Raidael nos ayudara. Asesinó al centenar de unkialas y criaturas en cuestión de segundos. Él realmente es sorprendente —sonrió acercándose al castaño—. Envié a Karen y Ren a un lugar seguro, no te preocupes por ellos, están bien.

Se giró, y cuando Mizael lo miró, se quedó sin habla.

—Mi nombre no es Zakael, yo soy Raidael.

—¿Q-Qué fue lo que pasó? ¿Por qué... Por qué luces como él? —le preguntó aturdido, al ver que si era el rostro de Zakael, pero sus ojos cafés ahora eran celestes, y de frente, su cabello tenía varios mechones rubios, tan claros que parecían blancos.

—Zakael me ofreció su cuerpo, a cambio de utilizar mi poder para acabar con las unkialas y sus criaturas.

—N-No, él no haría eso —le dijo negando con la cabeza—. Tiene una mujer y un bebé pequeño, una familia que no abandonaría.

—Dio su vida por protegerlos.

—Pero Karen, y Ren ¿Qué pasará ahora con ellos? No... Él amaba a su familia, no... No pudo haber desparecido.

—¿Te atreves a cuestionarme? ¿A llamarme mentiroso? —le dijo frunciendo el ceño, con rabia, haciendo surcar el cielo con poderosos relámpagos y rayos—. Yo que tú cerraría la boca y me largaría cuanto antes de aquí.

...

MizaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora