—Siento el poder de dos Merezitas cerca.
—¿Por aquí? Si no hay nada, más que las montañas de Ifrael.
—¡Exacto! Se deben estar escondiendo en las montañas —exclamó una de las unkialas—. Hay que avisarle a Bakiela cuánto antes, hay que cambiar la dirección de ataque.
—¡Sí! —pronunció una de ellas desapareciendo del lugar.
La que quedó allí miró la montaña, y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos, apareció en el lugar donde había sentido la energía de las dos Merezitas y sonrió, observando que había una especie de manto de magia.
Sí, no tenía dudas, allí estaban ocultas. Pero sola no podía atacar, esperaría a que llegaran los refuerzos. Las Merezitas eran muy poderosas e inestables, y ella no se arriesgaría a morir.
***
—¿Están retrocediendo?
—Sus criaturas están dando marcha atrás.
—¿Pero por qué?
El desconcierto era enorme en ese momento entre los Takeils, que no entendían porque las criaturas y las unkialas se estaban marchando del lugar.
—Tal vez encontraron a esa tal Nadiame.
—Sí, puede ser eso —murmuró otro.
Un muchacho pelirrojo llegó volando del cielo hasta donde estaban ellos, bajando lo más rápido posible.
—Se dirigen a las montañas del norte.
—¿A las montañas? Pero si no hay nada allí —pronunció desconcertado un rubio.
—¿Qué montañas? —preguntó alarmada Karen, poniéndose de pie.
—Las del norte, las más altas de Ifrael —le dijo señalándolas.
—¡Ren! —exclamó desesperada, antes de desaparecer.
—¿Ren? ¿Quien es Ren?
—Tal vez alguien que ella conoce. Eso no importa ahora, tomen a los heridos y llévenlos a una zona segura. El que pueda seguir luchando, que vaya hacia Ifrael, los demás, intenten descansar lo mayor posible. No sabemos que harán esas malditas mujeres cuando consigan lo que quieren.
***
—¿Qué son esas vibraciones? ¿Qué está ocurriendo? —preguntó con temor Ágata.
—Escóndanse con Ren y Tabitha en el mi taller, y no salgan de allí —le dijo serio Mizael.
—¿Q-Qué está pasando?
—Están viniendo hacia aquí, Ágata. Si algo llegara a ocurrirme, hay una pintura con un claro de un bosque, que queda muy lejos de aquí, quiero que lo toques con ambas manos, y pienses que te encuentras allí.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué se supone-?
—Puse parte de mi energía en él, te transportará a un lugar seguro. Toma a Ren y vete de aquí.
—Mizael.
—Cuida mucho a nuestro bebé —le dijo en una leve sonrisa, antes de darle la espalda y tomar unos rollos de cuatro metros de altura, que estaban junto a su puerta y salir.
¿Qué? ¿Es qué se estaba despidiendo de ella? ¿Lo iba a perder para siempre, era eso?
—Vamos, debemos hacer lo que él te ha dicho —le dijo Tabitha, tomándola de la muñeca.
—N-No puedo dejarlo solo —murmuró mirándola la puerta.
—¿Y qué se supone que hagas, Ágata? Si tú ni siquiera sabes cuál es tu habilidad. Sólo le estorbarás. Vamos, vayamos hasta donde él nos pidió, y esperemos a que lleguen refuerzos para ayudarlos.
Fuera de su hogar, Mizael se encontró con un centenar de unkialas y criaturas, rodeando su casa.
—Sabemos que tienes dos Merezitas aquí, entrégalas, y podrás seguir viviendo tranquilo, artista ermitaño —sonrió una de ellas.
—Ellas no son las mujeres que buscan, no quiero pelear con ustedes, será mejor que se vayan.
—¿Qué no quiere pelear con nosotras? Pobre estúpido —rio—. ¡Destruyan todo y busquen a las dos Merezitas!
Mizael desplegó en el suelo los cuatro rollos y los tocó, dándole vida las cuatro figuras gigantes que había pintado... Una serpiente, un dragón, un águila y un tigre.
—Defiendan la casa, no dejen pasar a ninguna —les ordenó, antes de ir hacia los pilares exteriores, y tocarlos, dándole vida a la figura de piedra que habían en ellos.
—¡Mizael! —exclamó Karen apareciendo—. ¿Dónde está Ren?
—Está bien, está seguro. Pero tú estás muy débil, ve adentro, y quédate con ellas, yo puedo.
—Son demasiadas —le dijo afligida—. No podrás solo, Mizael.
—Tú sabes cómo desaparecer, dónde ellas se encuentra, hay una pintura de un claro —pronunció mientras dibujaba más animales que pudieran servir de ataque—. Toca la pintura y vete con ellas de aquí, es un lugar seguro.
Karen asintió con la cabeza y entró corriendo a la casa. No era momento para oponerse, ella estaba demasiado exhausta.
...
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