[Dos semanas después]
En una estación de metro, en un andén cualquiera, se acercaba un tren, reduciendo su velocidad. Poco después, abrió sus puertas, y como de costumbre, la gente de fuera, tenía tanta prisa, que apenas dejaba que la del interior de los vagones saliese. En el interior de aquel metro, se sentó un muchacho en uno de los asientos, de esos en los que hay cuatro en la misma fila. Sin darse cuenta, se sentó encima de algo, ¿qué era?
"Oh, vaya, es una carpeta", pensó. Buscó a la persona, dueña de aquel objeto, pero, ni rastro, hasta que vio, en el exterior, alguien que volvía corriendo hacia el vagón en el que se encontraba el muchacho, una mujer mayor, debía tener unos ochenta y tantos. No iba a llegar, las luces de emergencia de las puertas ya habían empezado a sonar, se cerrarían en pocos segundos. El chico agarró la carpeta con fuerza, levantó el culo del asiento y corrió hacia la puerta, dando un pequeño salto, aterrizando sobre el suelo del andén. La mujer se detuvo, quedó asombrada, no comprendía por qué aquel jovenzuelo le había barrado el paso hacia la puerta. Luego, extendió su brazo, sujetando aquella carpeta en la mano, la señora sonrió.
- ¡Oh, hijo, menos mal! No llegaba a entrar de nuevo al vagón... - Cogió la carpeta – Muchísimas gracias...
- No hay de qué, aunque a lo mejor debería revisar que esté todo bien, sin querer me he sentado encima... - Dijo, con un tono bromista.
- No te preocupes, eso es lo menos importante, te lo agradezco, de verdad – Se quedó pensativa, luego ambos vieron cómo el tren se había ido. – Agh, qué mala pata... Has perdido el tren por mi culpa.
- ¿Qué? Ah, ya, no se preocupe, vengo de clase, no llegaba tarde a ningún lado, estese tranquila – El chico le devolvió la sonrisa.
- Tan joven y tan buen niño, eso no se ve mucho a estas alturas de la vida.
- Pare, o me voy a sonrojar – Rio. – En fin, de verdad, no se sienta mal, en cinco minutos pasa otro tren, y como ya le he dicho, no me esperan en ningún sitio.
- Está bien, está bien... Seguro que Dios te recompensa por haberme ayudado.
- Aah... Vale, eso espero... - El joven no era demasiado creyente, pero no quiso ofender a la señora.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Hans, me llamo Hans.
- Bien, Hans, cuídate mucho, y gracias otra vez por lo de la carpeta... - Se alejó, contenta, sin duda, nuestro protagonista le había alegrado el día.
Hans era un chico joven, de diecisiete años, con el pelo castaño, algo ondulado y despeinado, con unos ojos intensos, de color esmeralda. Llevaba unos cascos puestos, de color negro, le encantaba escuchar música. Vestía una camiseta blanca básica, junto a una sudadera gris y una chaqueta de un tono azulado, seguido de unos tejanos negros y unas zapatillas rojas y blancas, aunque algo gastadas. El muchacho era amable por naturaleza, le encantaba ayudar a los demás, incluso se llegaba a preocupar más por la gente ajena que por él mismo.
Esperó a que el siguiente metro llegara, éste iba mucho más vacío, al menos no estaría apretujado si decidía sentarse. Se sentó, activó sus cascos y cogió un libro de la mochila, iba bastante avanzado, más de la mitad. Mientras pasaba las páginas, sonaba Runaway de Bonnie Raitt, todo un clásico. No tardó demasiado en bajarse del tren, únicamente eran cuatro paradas, luego salió de la estación y caminó hasta casa, dando un ligero paseo. Algo a lo que estaba acostumbrado Hans, era a caminar bastante rápido, era algo despistado, y solía salir tarde de casa cuando tenía algún tipo de compromiso. Lo curioso, era que siempre llegaba el primero, aunque solía hacerlo sudado o cansado, por ir con prisas.

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La Tormenta Ignea (COMPLETO)
FantasyHans es un chico de unos 17 años, el cual tiene una vida medianamente común, o al menos, solía ser así. Su historia cambia cuando entra en contacto con un pequeño orbe de energía, que aparece sin previo aviso en su habitación, dejándole inconsciente...