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Hans y Leigh dejaron atrás su antiguo hogar, para comenzar una nueva etapa en su vida, junto a Roy. El chico aún no estaba muy convencido, no le apetecía, a decir verdad, pero veía a su madre emocionada, ¿cómo iba a oponerse? De camino al centro, mirando por la ventana del camión de la mudanza, un mensaje le llegó a nuestro protagonista.

- Hey tío, ya he llegado a casa de mis padres, ¿nos vemos en un rato? – Era Noah, Hans se había olvidado por completo de él.

- ¡Hola! Aaaah sí, claro, estoy de mudanza ahora mismo, pero, creo que me podré escapar de cara a la tarde.

- ¿¿Te mudas?? Vaya, no me cuentas nada, eh.

- Que síii, esta tarde te pongo al día de todo. ¿Te va bien quedar por el centro?

- Sí, claro, yo me desplazo.

- Genial, luego te mando ubicación.

Deseaba contarle a su amigo todo lo que le estaba pasando, pero... ¿Cómo hacerlo? Las cosas se complicarían más de lo necesario. Ya que tenía el móvil en la mano, decidió escribirle a Nora, para así decirle de verse en algún momento, aunque no le llegaban los mensajes.

Roy les esperaba con una sonrisa en la cara, el tipo tenía una casa bastante bonita, suelo de parqué por todos lados, varias habitaciones, un salón la mar de amplio, y una planta de arriba con más puertas por abrir. El chico seguía sin estar convencido de vivir allí, pero al menos, supo que estaría más cómodo, era toda una mejora respecto a su antigua casa. El hombre le devolvió a Hans su portátil, seguido de un "ya está arreglado", aquello hizo que Hans sentirse en deuda con él, realmente le había cambiado la batería, se encendía.

Fueron unas horas extrañas, desempaquetando todo, no saber dónde colocar sus cosas, aunque la habitación que Roy le había dejado era el doble de grande, incluso tenía una cama doble, y eso sin mencionar el enorme escritorio que había. Se cambió la venda de aquella herida en el estómago, ya no le dolía tanto, era buena señal. Bajó al piso de abajo, comentándole a Leigh y Roy que se iba a tomar algo con Noah. Su madre se alegró de tener noticias de su viejo amigo, le dio cierta ternura.

Se marchó, enviándole al chico la dirección de la cafetería donde iban a tomar un refresco. Hans utilizó el móvil para ver cómo llegar lo antes posible desde allí, atajando por varios callejones, encontrándose con una situación que desearía que no sucediera.

- ¡Socorro! – La voz de una niña resonaba por los callejones.

- ¿H-Hola? – Preguntó al aire el joven, confuso. Al girar la esquina, una cría se abalanzó sobre él, asustada y llorando.

- ¡Tienes que ayudarme! ¡Mi Mamá, la ha atacado un monstruo! – Sollozaba.

- ¡¿Qué?! ¿C-Cómo era ese monstruo? – El chico deseaba que no fuese lo que estaba pensando.

- Es... como un lobo, pero más grande. ¡Ayuda a Mamá, por favor!

- E-Está bien, yo... - De pronto, al girar la esquina, aquella criatura apareció, y sí, parecía un lobo, pero... Era de un tono verdoso, con los ojos amarillentos, y gruñía como un animal salvaje – Madre mía, menudo bicharraco... - Miró a la niña una vez más – Quédate detrás de mí, ¿vale? No va a pasar nada.

El lobo comenzó a correr hacia el muchacho, y sin pensarlo dos veces, éste extendió su brazo, propinándole un ligero rayo. "¡Funciona! Por fin funciona..." pensó. El lobo quedó aturdido, pero poco tardó en levantarse, abrió la boca, y de ésta, aparecieron, sin previo aviso, unas enredaderas, gruesas, llenas de espinas, que agarraron al chico del brazo, tirando de él. Sin duda, no era un lobo común.

La Tormenta Ignea (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora