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Hans llegó a casa, analizando aquel mensaje tan poco usual. ¿Qué era aquello, una especie de broma? ¿Y de qué amigo estaba hablando? Ni siquiera sabía quién le había enviado aquel mensaje, era muy raro. Decidió eliminarlo de la bandeja de entrada y dejarlo correr. Al abrir la puerta, se encontró con varias cajas hechas, sin duda Leigh no se andaba con tonterías, iba muy en serio con la mudanza.

- ¿Mamá? – No la encontraba por ninguna parte.

- ¡Estoy aquí! – Salió de su habitación – Qué, ¿ya has vuelto?

- Ah, sí... Hay que ver, te has puesto las pilas eh, podrías haberme esperado – Dijo el chico, mirando a todas las cajas de su alrededor.

- Sí, la verdad es que una vez que te pones, te da pereza dejarlo para otro momento, así que... En fin, ya queda poco. He hablado con el casero para pedirle la fianza, y nos la dará, aunque a regañadientes, será capullo.

- Bueno, que le den, ojalá le alquile este apartamento a una banda de traficantes o algo así.

- No seas malo... Traficantes no, pero mafiosos sí – Ambos empezaron a reír.

Se pasaron todo el día empaquetando todo lo necesario, cosas que ni sabían que tenían, incluso encontraron algún que otro recuerdo de infancia. Al mediodía hicieron una pausa, y salieron a comer los dos, hacía tiempo que no salían madre e hijo a desconectar. Su madre le contó lo bien que se sentía al lado de Roy, y que esperaba que, con el tiempo, él también se sintiera de la misma forma.

Luego siguieron empaquetando cajas llenas de trastos y recuerdos, terminando por completo la mudanza. A Hans le hacía gracia la cantidad de eco que había por todo el piso, se sentía como en una iglesia. Poco a poco, anocheció, llevaban horas con ello, al día siguiente tocaría llevarlo todo a la casa de Roy, sería un cambio para nuestro protagonista, pero sabía que debía pasar por ahí. Recibió un mensaje de Jenna, sin previo aviso:

- Ey, ¿haces algo ahora?

- Aah... No, acabo de cenar, ¿quieres hacer algo?

- Claro, por eso preguntaba bobito. ¿Quedamos en el centro? Como en... ¿Quince minutos?

- Vaaaale. Me arreglo un poco y salgo.

- Oh, qué tierno, ¿te arreglas por mí? – Le vacilaba.

- No, listilla. Llevo todo el día empaquetando cosas y demás, sí que te lo tienes creído, jaja.

- Ya, ya... Lo que tú digas, en fin, quedamos en la estatua del gato.

- Allí estaré.

La Estatua del Gato era muy famosa allí en Cheshire, y no por casualidad, estaba ambientada en el gato que aconsejaba a Alicia, en el País de las Maravillas. Era una estatua común, en una plaza de la ciudad, la cual dejaba ver un gato subido en la rama de un árbol, sonriente y con unos ojos muy abiertos.

El chico se vistió, se acicaló un poco, y decidió ponerse una camisa azul que resaltara un poco el tono de sus ojos, además de un pantalón algo menos despeluchado que el que llevaba vistiendo todo el día.

Hans avisó a su madre de que iba a salir, la cual no le dijo nada, salvo que no volviese demasiado tarde, ya que al mediodía del día siguiente tendrían que llevarlo todo a casa de Roy. El joven salió de la casa y caminó hasta el centro con sus cascos conectados, escuchando 'Lost Kitten' de Metric.

Llegó a la plaza de la estatua del gato, donde allí estaba ella. La chica del pelo rojo, ojeando su teléfono, vistiendo un vestido azul marino, con un cinturón negro en el centro, no parecía ella.

La Tormenta Ignea (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora