𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕

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𝑼𝒏𝒂 𝒑𝒖𝒍𝒈𝒂 𝒆𝒏 𝑫𝒊𝒔𝒏𝒆𝒚

En cuanto Daniela se marchó, Luca quedó solo en la habitación con la importante misión de devolver los documentos a su lugar.

Era una misión bastante sencilla teniendo en cuenta que era más de medianoche y por ende Daniel debía estar en el quinto sueño, soñando con gatitos y perritos coloridos, pero eso no evitaba que Luca se sintiera extremadamente nervioso con cada segundo en el que repasaba el plan en su mente y las posibilidades de que algo saliera mal.

Era su primera misión de campo y no quería decepcionar a Daniela. Ella había confiado lo suficiente en él como para dejarle esa tarea, por lo que el fracaso no era una opción, no después de la pequeña crisis que ella tuvo antes de irse.

Luca tomó una gran bocanada de aire, armándose de valor y dejando de lado todos los malos pensamientos para tomar con manos temblorosas el expediente y dirigirse al cuarto de Daniel.

Si quería devolver la carpeta, debía aprovechar que el rubio estaba en su etapa más vulnerable.

«Solo espero que no le dé por ir al baño mientras estoy ahí», chilló en su mente, implorándole a todos los santos que todo saliera bien.

Caminó de puntillas con dirección al dormitorio de su primo al tiempo en que tarareaba la canción de la Pantera Rosa, dejando claro por qué nunca lo habían mandado a una misión de campo, pues, delataría al equipo enseguida con sus tonterías.

Para su suerte, al entrar en la habitación pudo verificar que Daniel seguía durmiendo, esta vez estando boca arriba y con una gran cantidad de rizos dorados cubriéndole la frente y parte de los ojos.

El rubio parecía estar en un sueño profundo, siendo signo de esto los grandes ronquidos que salían de su garganta y que Luca podía escuchar sin problema alguno, pero él no se detuvo ni un segundo a comprobar si en realidad estaba dormido o solo fingía roncar para tenderle una trampa. A Luca lo único que le importaba era dejar la carpeta en cualquier lugar y salir corriendo de ahí lo más rápido posible.

La única fuente de luz provenía de la rendija de la puerta del baño, siendo suficiente para que Luca distinguiera el camino hacia el escritorio, siendo el lugar más lógico para poner una carpeta.

Las manos de Luca estaban empapadas de sudor, y casi podía jurar que en cualquier momento su corazón escaparía de su lugar por lo rápido en que latía. Cada tanto miraba en dirección a la cama, vigilando los movimientos de Daniel, debía estar atento por si debía esconderse debajo de la cama.

Estaba mucho más nervioso que de costumbre, y eso era decir mucho.

«Santa Virgen de los perritos y de los gatitos tiernos, protégeme del mal que se llama Daniel Martínez», imploró mentalmente, esperando que sus plegarias fueran escuchadas por cualquier ente divino que estuviera cerca.

El silencio en la habitación era tan sepulcral y frío que por un momento Luca llegó a pensar que había muerto y se encontraba en espera de descender al infierno, pero esa idea fue descartada de su cabeza en el momento en que dejó la carpeta sobre el escritorio, sintiendo como el alma le regresaba al cuerpo.

«¡MISIÓN CUMPLIDA!», celebró con entusiasmo el haber completado la parte más difícil sin problemas.

Pero era Luca, y no todo le podía salir bien.

Estaba lo bastante cerca de la salida cuando pisó un tablón de madera que Daniel había dejado flojo a propósito para saber cuándo alguien se metiera en su dormitorio, y había cumplido su función de maravilla ya que el rubio había sido entrenado para escuchar hasta el más mínimo de los ruidos, por lo que lo siguiente que hizo fue más por instinto que por otra cosa.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora