𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐈𝐈

36 2 0
                                    

𝑶𝒑𝒐𝒓𝒕𝒖𝒏𝒂 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒓𝒓𝒖𝒑𝒄𝒊𝒐́𝒏

Domingo por la tarde.

Momento de tranquilidad, paz y relajación.

«Relájate. Relájate. Relájate. Relajación. Cosas del ying y el yanga... Espera, ¿era yanga? No lo creo. ¿Cómo era? ¡Mierda Dan, concéntrate! Relájate y...».

El teléfono sonó, provocando un estridente e inoportuno sonido.

―¡Coño 'e la madre! ―exclamó Daniel, abriendo los ojos y mirando con resentimiento su celular.

Se incorporó en la cama en la que previamente estuvo de lo más tranquilo intentando "relajarse" o por lo menos dormir un poco, cosa que no podía. Empezaba a creer que era un poco del muy inoportuno insomnio que solía atacarle en los peores momentos.

Resignado, revisó su celular y...

«No puede ser».

Solo se trataba de su madre, y lo peor de todo es que después le envió un mensaje diciendo que no quería llamarlo a él, pero que aprovechando el momento, preguntaba cómo estaba.

―¡Hija del maíz! ―se quejó, lanzando el teléfono a una almohada y mirando con mala cara su insípida habitación.

Sabía que estaría haciendo si tan solo fuera a la habitación de al lado...

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al recordar lo que pasó la última vez que estuvo en su estudio y el porqué lo había clausurado por completo después de una seria conversación con su hermana luego de casi decir "bye―bye, vida mortal; holi infierno".

Tomó nuevamente su celular, si seguía sumergido en sus pensamientos desbloquearía recuerdos y se volvería loco, por lo que recorrió con la vista su lista de contactos telefónicos con la esperanza de que mágicamente naciera en ellos la presencia del número de algún amigo de la infancia, o de la escuela, o de su antiguo equipo de fútbol.

Solo que Daniel no tuvo lo que cualquiera llamaría una infancia normal, mucho menos fue a la escuela y obviamente no estuvo en ningún equipo de fútbol. En momentos como ese, odiaba no tener amigos. Es decir, tenía a su hermana y primo, pero eso no contaban como amigos y para nada contaban los amigos de su hermana menor.

¡Por el amor de Dios!, su agenda estaba llena de contactos de personas que lo envidiaban o eran hipócritas desde la perspectiva de su trabajo o en el submundo del cual, no gracias, no quería ningún amigo de allí.

Sin hobbies apasionantes permitidos. Sin amigos. Sin redes sociales permanentes y latentes. Sin una afiliación perenne. Sin motivación de conseguir alguno de ellos. Y sin el sentimiento de libertad como para querer hacerlo...

De acuerdo, mirándolo así era un poco deprimente.

¿Y qué sería aún más triste que eso?

Pues Daniel siempre se superaba a sí mismo con sus pendejadas o soledades, por lo que fue al chat que tenía con Nora alias su nueva amiga alias en realidad su misión muy importante de la cual no debía relacionarse mucho alias la pelirroja de cuerpo caliente alias la viuda joven alias la chica que debía de dejar de tener tantos alias.

Dejó sus cavilaciones de lado para mandarle un divertido pero breve saludo a Nora, si no le contestaba iría a por medidas más drásticas... Ordenaría su habitación.

Echó una ojeada al dormitorio e hizo una mueca para mirar al celular otra vez e implorar a que contestara.

Su habitación era un desastre.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora