𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐈𝐈𝐈

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𝑳𝒐𝒔 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒆𝒓𝒅𝒐𝒔 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒏 𝒅𝒂𝒏̃𝒐

Existen cosas en esta vida que se pueden considerar invasivas, como el hacer una videollamada sin avisar, revisar la habitación de alguien sin su consentimiento, mirar por encima del hombro la pantalla de un celular ajeno, hasta ver la desnudez de alguien por error, y aunque la gran mayoría de las personas evitaban hacer ese tipo de cosas, aún existía gente a la que poco le importaba, sobre todo las que se consideraban como mínimas.

Por ello Daniel no pensó demasiado en las consecuencias de llegar al departamento de Nora sin avisar.

¿Qué era lo máximo que podía hacerle?, ¿correrlo?

No sería la primera chica en hacerlo, o bueno, eso era lo que él se repetía constantemente para no echarse para atrás.

Miró la puerta frente a él con nerviosismo, no queriéndose imaginar los diferentes escenarios en donde ella no estaría muy feliz de verlo parado fuera de su departamento, por lo que simplemente cerró los ojos y tocó la puerta antes de arrepentirse.

«Esto es una mala idea», pensó al darse cuenta de que si debió avisar gracias a los regaños de su poca razón.

Pero no es como que a Nora le importase mucho si llegaba alguien sin avisar ya que casi nunca estaba en casa, y cuando lo estaba las únicas personas en ir a verla eran sus padres y su hermano.

Nora llevaba una vida solitaria sin ninguna clase de amigos o conocidos con los que charlar de vez en cuando. Algunas veces se sentía mal por ello y la abrumadora soledad que en la envolvía en cuanto quedaba a solas en esas cuatro paredes, pero ignoraba el sentimiento para seguir su vida como si nada.

Siempre había sido así y no creía que la situación cambiaría en algún momento.

Sin embargo, el sonido de la puerta la hizo arrugar el entrecejo.

Ese día en particular no esperaba a nadie, pues su hermano le había avisado que estaría todo el día en casa de uno de sus amigos jugando videojuegos y que su madre estaría de guardia en el hospital hasta muy tarde. Además, su padre jamás la visitaría estando solo ya que él no solía salir de casa sin su esposa a menos que fuera a trabajar, alegando que era malo con las direcciones y podía perderse, pero todos sabían que era una excusa para quedarse en casa viendo sus series favoritas sin interrupción.

Dejó la pesada caja que traía en las manos sobre la mesa del comedor y se dirigió a la puerta para ver de quien se trataba.

―A lo mejor Nate se peleó con Harry y viene a quejarse ―se dijo a sí misma, soltando una ligera risa al saber que era lo más probable.

Grande fue su sorpresa en el instante en que abrió la puerta y se encontró con un fornido rubio en lugar del flacucho de su hermano.

―Daniel. ―Una sonrisa cálida se plasmó en sus labios como recibimiento.

Debía admitirlo, Daniel se estaba volviendo una pequeña constante en su vida que le encantaba.

Pero no le encantaba en un plan romántico o algo parecido, solo le gustaba el tener compañía a parte de su hermano en ciertos momentos y el por fin hacer un amigo. Eso era todo.

Aun así su corazón se aceleraba cada que lo veía.

Daniel le sonrió encantador como siempre, alegre de que ella hubiera abierto la puerta y lo recibiera de buena manera.

La miró de arriba abajo por unos cuantos segundos, pensando en que era hermosa hasta luciendo las típicas prendas gastadas de andar en casa.

―¡Hola, Pecosa! ―saludó con ánimos ―. Visita sorpresa, espero no te moleste. ―Alzó la bolsa que traía en sus manos ―. Traje comida además de mi excelente presencia.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora