𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗

40 3 0
                                    

𝑪𝒉𝒂𝒓𝒍𝒂 𝒅𝒆 𝒉𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔

Luego de una excelente velada en la que Nora había quedado más que satisfecha, lo único que quería hacer era tirarse en su cama a descansar mientras rememoraba en su mente todo lo que había pasado esa noche.

Luego de una intensa sesión de sexo dentro del auto, ella y Daniel actuaron como si nada hubiera pasado, saliendo a comer a un restaurante de comida rápida y bromeando sobre cientos de cosas como era costumbre.

Cualquiera que los observara pensaría que eran mejores amigos, pero nada estaba más lejos de la realidad que eso, empezando porque ellos apenas tenían unas semanas de conocerse, y sí, se tenían mucha confianza, pero eso no quitaba el hecho de que aun podían considerarse unos desconocidos.

Nora odiaba ese término por completo.

Lo odiaba por el sentimiento de vergüenza que se asentaba en su pecho cada que recordaba lo que habían hecho la noche en la que se conocieron.

Lo odiaba por todas esas veces en las que en su mente aparecía una vocecita llamándola de miles de formas solo por haberse acostado con él cuando apenas y le sabía el nombre.

Y a pesar de sentirse como la peor persona del mundo solo por disfrutar de su sexualidad con un desconocido, lo volvería a hacer, pero solo si era con él.

Con Daniel.

«Daniel», su nombre llegó a ella como la brisa fresca en primavera junto con la imagen de su perfecta sonrisa contagiosa y sus ojos tan azules como el mar.

Él se había vuelto tan constante en su vida en los últimos días que ya no podía sacárselo de la cabeza. Todo el tiempo estaba pensando en él, en que estaría haciendo o en cuando lo volvería a ver. Daniel rondaba su mente día y noche con una frecuencia impresionante que Nora se lo atribuía a que se estaban volviendo tan cercanos que ya podía considerarlo como su amigo, no su mejor amigo, pero si un amigo muy cercano.

¡Y eso le alegraba!

Le alegraba demasiado el hecho de que después de tanto tiempo por fin estuviera haciendo un amigo.

En la preparatoria nunca había tenido un amigo verdadero, solo ocasionales que la buscaban con el fin de sacar algo de provecho de ella ―por lo general siendo las tareas―.

¿Y en la universidad?

Ahí creyó que al fin había encontrado su lugar y que todo en su vida marcharía como en las películas, pero claro, era Nora, nada le podía salir bien, y descubrió nuevamente que no todas las personas tienen buenas intenciones.

Pero a pesar de todo eso, ella aún se mantenía con los brazos abiertos para todo aquel que quisiera entrar en su vida a darle una nueva experiencia, ya sea buena o mala. Esperaba con ansias que alguien llegara con cosas buenas para su vida, pero aunque no siempre era así, ella solía sacarle el lado bueno a la situación.

Como fuera, dejó de pensar en eso justo en el momento en el que entró a su departamento, dejando las llaves sobre la mesita a un lado de la puerta, y sin siquiera encender alguna luz, se dirigió a su habitación para descansar, solo que una voz en la oscuridad la hizo sobresaltarse y mirar con los ojos muy abiertos en dirección al sofá.

Encendió una de las lámparas más cercanas y miró muy mal a su hermano.

―¡Joder, Nate!, casi me provocas un infarto. ―Se llevó una mano al pecho, comprobando que su corazón latía con rapidez gracias al susto.

El chico de ojos color avellana al igual que los de ella no dijo nada, solo se quedó mirándola por un largo rato en espera de que ella hablara.

Nora hizo una mueca y desvió la mirada a sabiendas de lo que quería su hermanito.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora