𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐕

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𝑳𝒐𝒔 𝑾𝒉𝒊𝒕𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒂́𝒏 𝒆𝒏 𝒄𝒂𝒔𝒂

―¡Maldita sea! ―gruñó el rubio en cuanto escuchó el timbre de la puerta.

¡Genial! Otro momento con la pelirroja arruinado por una inoportuna interrupción.

De mala gana se separó de Nora con delicadeza y se puso de pie.

Estaba muy seguro de que su hermana no bajaría a abrir así que no le quedaba de otra que ir él mismo.

Escuchó los pasos de Nora siguiéndolo, quizás para no quedarse sola en la cocina; no le importaba, solo quería correr a quien fuera que estuviera afuera y...

―¡Ay no!, tú otra vez ―se quejó Daniel al ver quien estaba del otro lado.

¡Genial! Segunda vez que ese ser le interrumpía las cosas con Nora.

No quería dejarlo pasar pero si no lo hacía tendría problemas con Daniela y nadie quería problemas con ella, por lo que hastiado, terminó de abrirle.

―A mí también me alegra mucho verte, Daniel. ―El pelinegro frente a él puso los ojos en blanco ―. Entonces, ¿hoy también me van a decir que Daniela no está? ―preguntó con cansancio.

Nora se había mantenido a una distancia prudente de la puerta, observando todo a su alrededor mientras que Daniel hablaba con quién fuera que hubiera interrumpido, pero, al escuchar la voz de esta persona, supo de quién se trataba rápidamente.

¡No podía creerlo!

¿Por qué la vida era tan cruel con ella?

―Nate ―pronunció su nombre en cuanto lo vio, y su cara de pocos amigos le hacía saber que no le agradaba verlo en ese momento aunque fuera su hermanito querido del alma.

Por su parte, el chico abrió los ojos con sorpresa y su rostro palideció de inmediato, casi como si hubiera visto un fantasma.

―No–Norita. ―Trató de sonreír pero salió más como una mueca.

―¿Qué haces aquí? ―La pelirroja alzó una ceja en su dirección, esperando una respuesta convincente porque a como le dijera que le había puesto un GPS y la estaba siguiendo para "salvarla", le daría un buen golpe por estúpido.

Nate tragó saliva, viéndose claramente nervioso.

Daniel miraba con diversión a esos dos como un ventilador pasando su vista de lado a lado.

Estaba a punto de burlarse de la graciosa situación cuando algo se aclaró en su mente.

Oh. Por. Dios.

Los White estaban en su casa.

No, no.

Los White estaban en su casa al mismo tiempo.

¡Santa madre de Dios!

―¡Eh, no! ―Alzó un dedo de cada mano a cada uno antes de dijeran nada ―. No pienso lidiar con esto solo, ¿okey? No estoy de humor para eso, así que silencio por un momento. Y haz caso, estúpido niñato que interrumpe. ―Miró mal a Nate antes de dirigirse a las escaleras.

Ya al pie de estas empezó a gritar.

―¡DANIELA, TE BUSCAN!

Menuda garganta que se gastaba.

Se escuchó un golpe en el techo, luego una puerta abriendo y cerrándose con brusquedad, pasos fuertes y allí apareció ella con unos shorts que apenas le cubrían las nalgas y una sudadera de Aingeru Urdinak unas tallas más grande de lo que debería.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora