𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈

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𝑵𝒖𝒆𝒗𝒂 𝒊𝒏𝒇𝒐𝒓𝒎𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏 𝒚 𝒄𝒖𝒍𝒑𝒂

El reloj de la habitación de Daniel quedó destrozado cuando lo lanzó contra la pared ya que su característico sonido comenzaba a ser insoportable luego de una hora.

Estaba más inquieto de lo habitual.

No hacía mucho que Nora había regresado a Washington, dejándolo a él dentro de su habitación durante largas horas de soledad en las que no había sabido nada de ella.

No entendía porque estaba tan hiperactivo tampoco.

Caminaba de un lado a otro. Se sentía mal por no estar haciendo nada productivo y, cada que intentaba hacer algo no lo completaba. Se mordió varias uñas hasta terminar tendido en la cama moviendo la pierna con ansiedad. También hacía listas en su mente de lo que podría hacer para luego desecharlas, las pocas que quedaban las reorganizaba y hacía lo mismo hasta quedar en blanco.

Eso sin contar lo alarmado que estaba porque Nora no le contestaba los mensajes y tampoco daba señales de vida.

Echado en su cama tratando de mantenerse tranquilo ―aunque moviera la pierna rítmicamente con ansiedad―, pensó con seriedad como estaba hundiéndose en un bajón.

La forma en la que sentía la presión en su pecho la conocía. Odiaba conocerla.

Nunca lo admitiría pero la ansiedad llegaba a estrujarlo como una uva.

Suspiró, odiando ese momento en que la soledad comenzó a envolverlo, martirizarlo y engullirlo.

Por ello odiaba estar solo, algo contradictorio porque no tenía amigos, haciéndole el trabajo más difícil.

Quiso llamar a alguien, quien fuera, pero no tenía a nadie.

Entonces se dio cuenta de que Nora era la única amiga/lo-que-fueran que tenía.

Eso lo puso todavía más inquieto.

¡Joder!

Sin tan solo fuera más libertino a la hora de hacer amigos permanentes. Sin tan solo no fuera tan patán al conocer a personas nuevas.

Quizás era muy intenso. Quizás no le agradaba a las personas y solo fingían quererlo. Quizás estaba sobre pensando demasiado...

Se propuso a desviar su mente de todo pensamiento negativo que pretendía volverlo mierda, por lo que se levantó en busca de colores y un lienzo...

El sonido de un disparo resonó en su cabeza y el recuerdo de la sangre atravesó su psiquis como una flecha.

Arrojó todo devuelta al cajón con el ceño fruncido.

¡Y una mierda!

No podía hacer nada sin sentirse mal o culpable, o ambas.

Quería gritar.

Estaba a punto de gritar.

Solo que para su suerte, el pequeño golpeteo en la puerta lo interrumpió, cortando momentáneamente el hilo de pensamientos negativos que se arremolinaban en su mente sin cesar.

―¡Voy a entrar! Espero estés vestido ―anunció Luca al otro lado de la puerta, siendo seguido de esto un murmullo de su parte donde se podían distinguir ciertos números. Al llegar al diez, entró ―. ¡Buenas-buenas rubiecito tonto! ―Entró desbordando alegría por los poros.

Al menos alguien la estaba pasando bien.

Cuanto terminó de entrar, pudo ver a un Daniel aparentemente tranquilo sentado en su cama con las piernas cruzadas y un semblante contraído.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora