𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈

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𝑺𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒂 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒂 𝒄𝒂𝒎𝒑𝒂𝒏𝒂

Dejar de lado traumas psicológicos por la preocupación y cuidar a alguien vulnerable de la familia era difícil.

Muy difícil.

Demasiado.

Soportar ir tantas veces a la misma clínica privada en la que alguna vez Daniel había estado internado era un martirio constante, uno que aliviaba al estar junto a Fiorella que por mucho que se veía demacrada por la enorme cantidad de medicamentos, olor característico a hospital y sueros cargados que iban directo a sus venas, se alegraba muchísimo con las visitas de sus hermanos.

Se olvidaban un poco de la situación para relajarse algo estando los tres juntos y a veces en compañía de Amelia.

Los hermanos mayores muchas veces se aparecían con dulces, peluches y entretenimiento para distraer a Fiorella de tanto pesimismo.

Hicieron una tarde de juegos de mesa. Otro día compartieron trucos para ganar en las cartas. Al siguiente hicieron animales de sombra y contaron historias de terror y suspenso. Daniela también llevaba su guitarra y tocaba todas las canciones que su hermanita quería junto con los infaltables chistes ridículos de Daniel.

Exceptuando esas partes animadas y bonitas, Fiorella estaba mal.

No tenía la misma fuerza al sonreír, reír, hablar y hasta al abrazar.

La Florecita amante de los abrazos muy poco los daba. Era como si tuviera miedo a quebrarse.

Todos intentaban ignorar eso para no poner más pesadumbre al ambiente.

En varias ocasiones a Daniel le tocó salir a comprar los medicamentos con récipes kilométricos. También le tocó sostener la mano de su hermana y limpiar sus pequeñas lágrimas cuando la pinchaban con jeringas.

Junto a Daniela, estuvo con ella lo más posible esa última semana, desligándose de cualquier otra cosa ajena a Fiorella.

A mitad de la semana montó un reposo en el trabajo cuando su jefe no dejaba de llamarlo y preguntarle que mierda hacía que era más importante que el trabajo como para ausentarse a media jornada.

Al saber el problema en la familia de Daniel, el hombre dijo que esperaba que la chiquilla se mejorara pronto, que podía faltar el resto de la semana si quería y que cuando volviera lo esperaba un gran informe por hacer.

Hasta su relación jefe–empleado era contradictoria.

Tampoco había tenido tiempo para hacer las paces con Nora.

Todo su tiempo estaba siendo dedicado a sus hermanas. Una por su enfermedad y a la otra por su recurrente ansiedad, nerviosa por lo que podría pasar.

Apenas y había tenido tiempo para sí mismo.

Misma rutina en la última semana:

Sacar a Daniela prácticamente que a remolque de la cama ya que estaba al comienzo de lo que sería un cuadro de tristeza ―por no llamarlo como era―, y condenarse a mas preocupaciones para luego ir directico con la Florecita.

No había dormido nada en toda la noche. Por primera vez en años ―sin contar la caricatura que había hecho de Nora― había tenido la valentía y voluntad de volver a dibujar.

Desempolvó las cajas de colores profesionales y los lienzos de papel para hacer algo que le encantaría a su pequeña hermana.

Se trataba de un retrato de ella, pero nada ligado a la realidad que vivía la pobre niña. Este tenía muchos colores vivos y flores sin llegar a ser empalagoso para la vista. En él ella estaba mirando a un lado, con su corto cabello rubio rozando sus hombros y un cono que se suponía era de helado lleno de margaritas en su mano mientras que sostenía una de las flores entre sus labios.

Una Perfecta MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora