Capítulo 3

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La redacción del Eco de Broadchurch se encuentra en su estado caótico habitual. Allí, la oficina digitalizada no es más que un sueño, con mesas enterradas bajo montones de páginas sueltas. Los resplandecientes monitores nuevos de las mesas están conectados a un deteriorado sistema informático que lleva años sin ser actualizado como es debido. Aquí viene Maggie Radcliffe, la directora. Tampoco ella ha sido actualizada en su vida. Lleva en las noticias locales desde que cortar-y-pegar significaba tijeras y goma, y fumar en la mesa de trabajo era de rigor. Ahora mueve un cigarrillo electrónico entre los dedos, mientras mira con ojos entrecerrados una hoja Excel en la que se aprecia la caída de ingresos. Está claro que tiene que encontrar una noticia que haga subir la popularidad del Eco como la espuma.

Olly Stevens, el más reciente protegido de Maggie, entra con el pelo alborotado de un modo que solo pueden atreverse a llevar los muy jóvenes. Parece encantado consigo mismo.

—Al final Reich no ha aparecido —dice Olly, refiriéndose al veterano fotógrafo que, por entonces, pasa más tiempo en el León Rojo que detrás de sus objetivos—. En el bar otra vez —menciona, dando contexto a su desaparición. A pesar de ello, Maggie todavía recurre a él: lo ve en el supermercado todos los fines de semana, y se interesan por las mismas cosas de Broadchurch.

—¿Qué? —Maggie parece a punto de estallar—. ¿Así que no tenemos fotos?

—Móvil con cámara —menciona Olly, sacando su teléfono con una sonrisa—. Las he sacado yo mismo —Olly pasa de su teléfono a la pantalla las fotos de Tom Miller, que lleva puesto orgulloso la medalla "de oro". Hay bastantes para una noticia de doble página.

—¡Buena iniciativa, Olly! —lo alaba con una sonrisa orgullosa.

—Fíjate que caritas tienen —dice Maggie—. Se te da bastante bien, Olly —da una calada a su cigarrillo—. Le diré a Reich que voy a publicar fotos de móvil en el periódico. Seguro que vuelve corriendo... Y sobrio —se carcajea.

Todavía está mirando las fotografías por encima del hombro de Olly, cuando un correo electrónico indica su presencia en la bandeja de entrada del ordenador de este.

—Dios mío —dice Olly, poniendo los dedos en el ratón—. Es del Daily Mail. Mi solicitud.

—¡Ábrelo! —exclama Maggie.

Entusiasmado, solo le toma dos segundos hacer clic con el ratón en el correo, desplegándose éste en la pantalla del ordenador. Sus ojos escanean el documento, en busca de aquellas palabras que ansía. Tarda medio segundo en procesar lo que hay en la pantalla, y la cara se le desencaja por completo.

—Cabrones...

—Cariño —le aplaca ella—, hay miles de periódicos.

—Ya he probado con todos —contesta él con aire sombrío.

—Eres bueno, tesoro. Todo llegará.

Sus posteriores intentos de animarse quedan interrumpidos por la alerta de un mensaje de texto en el teléfono de Maggie. Baja la vista.

—Eh, escucha —llama la atención de su protegido—. Mensaje de Yvonne —comenta, leyendo el nombre de su contacto—. Dice que han cerrado la playa por alguna razón. Ve y echa un vistazo. Que te dé un poco el aire.

—Claro —dice Olly, tomando su chaqueta y levantándose de su mesa, atravesando el umbral de la puerta de la oficina a los pocos segundos.


Hardy se encuentra en lo alto del acantilado por segunda vez esta mañana, en esta ocasión acompañado por la sargento Miller y la oficial Harper. Han trepado por el empinado sendero de la costa para llegar allí. Ahora la cinta de la policía impide el paso a los paseantes y curiosos. Es lo más parecido que hay a una barandilla. Hardy no puede creer que dejen subir por allí a la gente, sin una valla de seguridad. En el campo todo es un peligro. Se acerca al borde todo lo que su osadía le permite. Medio metro por debajo de la hierba del borde hay un saliente estrecho. Un sitio para que la gente se lo piense dos veces antes de tirarse.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora