Capítulo 12

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La noche ha caído en Broadchurch cuando el inspector Alec Hardy y la oficial Coraline Harper llegan a la cabaña del acantilado. Todo el lugar está ahora precintado al tratarse de la escena del crimen. Hardy está al borde del acantilado, de espaldas a la cabaña, y el viento convierte su peinado con flequillo en un tupé de punta. Tiene la vista clavada en el mar, como si le hipnotizara. La novata se mantiene a su lado, silenciosa, también observando el oscuro horizonte, donde el cielo y el mar parecen tocarse. Está reflexiva, analizando e intentando realizar un perfil psicológico del asesino en su mente. Por ahora no se le ocurre nada. Necesita más datos. Tras unos segundos, la muchacha escucha pasos en la hierba que van en su dirección, y se gira: es Ellie. Lleva en sus manos dos termos, y a juzgar por el olor que desprenden, están llenos de té. Se acerca a su amiga con una sonrisa amigable, tomando uno de los termos en sus manos. Por su parte, Alec mira a Miller con fastidio, como si ella hubiera interrumpido un trance sagrado. Cuando Ellie le tiende el termo, parece absolutamente confuso.

—Hace un frío que pela, señor —menciona Harper en un tono conciliador, esperando que la pelea del día anterior no se repita nuevamente—. Va a ser un largo fin de semana de trabajo, y, por ende, vamos a tener un día complicado por delante.

—He pensado que esto ayudaría —menciona la agente de cabello castaño.

Hardy lo agarra y lo mira sin dar las gracias.

—¿Tiene usted hijos? —pregunta Ellie, provocando que la mirada azul de Cora se vuelva hacia su jefe, curiosa por la respuesta.

—¿Por qué?

—Deben de ser muy maleducados —él no reacciona.

La pelirroja se percata al momento de que no ha desmentido la afirmación, y, por tanto, le da pie a especular que, de hecho, sí tiene hijos. Se pregunta qué edad tendrán. No se imagina a Hardy como padre, pero teniendo en cuenta la ligera amabilidad que le demuestra en algunas ocasiones, tiene claro que es alguien afectuoso con sus personas cercanas y queridas. Una sonrisa enternecedora aparece en sus labios, antes de tomar un sorbo del termo. Por su parte, a Ellie le molesta mucho aquel modo de ser de Hardy, que le hace preguntarse en todo momento si en realidad la escucha. De pronto, el inspector vacila, como si hubiera tropezado con algo. No es la primera vez que Harper le ha visto hacer eso. En la comisaría, el día anterior, pareció que estaba a punto de perder el equilibrio, y sus ojos estaban desenfocados. Da un paso lateral, acercándose disimuladamente a él, para que, en caso de necesitar apoyo, pueda sujetarse a ella. "Quizás tiene vértigo, pero cada vez tengo más claro que no se trata de eso", piensa para sí misma, observándolo de reojo, comprobando si mantiene el equilibrio. Lo último que necesita es que dé un paso en falso y se despeñe por el acantilado. El escocés ha notado que la pelirroja se le ha acercado, y desvía su mirada hacia ella. Ésta se la devuelve de forma amistosa. El hombre chasquea la lengua por lo bajo: tiene que andarse con pies de plomo cuando esté cerca de Harper. Si descubre su condición, estará perdido. Miller piensa que su jefe está incómodo sobre el césped irregular, y aquellos zapatos de cuero fino en mal estado, con la suela desgastada, no le ayudan mucho.

—Necesita un par de buenas botas —menciona Miller, rompiendo el silencio que se había formado tras su último comentario. No ha pasado desapercibida para ella la forma en la que Hardy y Cora se tratan. De alguna manera, se han vuelto un poco más cercanos, aunque tratándose del desagradable inspector, la palabra «cercanos» abarca un sinfín de términos. En su caso, que su confianza respecto a su buena amiga ha aumentado ligeramente. Sus ojos se fijan en los pies del hombre—. ¿Qué número calza? ¿El cuarenta y cinco?

—No, gracias —dice Hardy. Se inclina un poco hacia delante, para mirar la playa. Nota que Harper hace un tentativo gesto para sujetar su brazo, como si quisiera evitar que se inclinase demasiado, pero lo retracta. Agradece su preocupación, pero no es un inválido: puede cuidarse solo, y ella lo sabe—. Es absurdo —niega de pronto, contrayendo su rostro en una expresión confusa y reflexiva.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora