Epílogo

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Es la noche del funeral de Danny Latimer. La marea está baja, y la playa y los acantilados son bañados por una pálida luz de luna. Hardy y Miller, además de Harper, han sido arrastrados hasta el muro del lado más lejano del puerto. Los veteranos están sentados en los extremos opuestos de un banco de madera, de brazos cruzados, y de espaldas a la arena. La joven novata está de pie, cerca del banco, observando la playa. Ve cómo las olas arrastran la arena al interior del mar. No deja de ser algo relajante.

—¿Qué va a hacer? —le pregunta Hardy a Miller. La pelirroja se mantiene a la escucha.

—Me iré a otro sitio con los niños —dice la mujer, que nunca ha vivido en otro lugar que no sea Broadchurch—. Intentaré empezar de nuevo.

—Pero tu vida está aquí, Ellie —dice Cora, habiendo desviado su mirada hacia ellos. En su rostro hay una expresión preocupada. No quiere que su amiga se marche. La añoraría demasiado. Pero si es lo que ha decidido, la apoyará. Siempre lo hará.

—¿Cómo podría pasear por la calle Mayor, Cora? —le recuerda ella, antes de dirigirse a su superior—. ¿Y usted?

Hardy hinchar sus demacradas mejillas.

—He terminado. Baja médica. Se acabó.

—Mírenos —dice Ellie con una sonrisita triste—: el club de los expolicías —logra hacer sonreír a su, antes, jefe—. Suerte que tendremos a Cora, que seguirá en el cuerpo de policía —menciona con un tono más animado—. Con suerte, llegará pronto a inspectora, y evitará que todos nos metamos en líos —bromea, y la joven oficial esboza una sonrisa suave, carcajeándose por lo bajo.

Alec intercambia una mirada con su oficial... Bueno, ahora ya no. Mejor dicho, intercambia una mirada con su amiga, quien es la más brillante oficial que ha conocido. Está, no feliz, sino agradecido de haber tenido la oportunidad de trabajar con ella, y también con Ellie, a pesar de que no lo admita. No tiene ni siquiera que expresarlo en palabras. La analista del comportamiento asiente de forma imperceptible. Sabe que va a permanecer en ese pueblo, no solo por Ellie, sino también por ella. Aunque ya no esté en el cuerpo de policía, quiere seguir ayudándola, formándola como inspectora. Cora se acerca a ellos, antes de fijarse en una sola luz dorada que adquiere vida y se mueve despacio por la orilla.

—Mirad —les indica, y ambos vuelven la vista—. Ha empezado.


Hay una baliza en lo alto del acantilado del puerto. Se trata de una antigua cesta de metal sobre un mástil. Es una reliquia de los tiempos antiguos, cuando se encendían fuegos en las colinas para avisar de la llegada de una invasión. Lleva mucho tiempo sirviendo de punto de referencia a los caminantes, y de lugar de escalada para los niños del pueblo, pero esta noche, la baliza ha sido llenada de astillas y leña seca. La familia de Danny está reunida a su alrededor: Mark y Beth, Chloe, Liz y Dean, que tiene en sus manos una antorcha encendida en la mano izquierda.

Paul Coates encabeza un grupo de residentes de Broadchurch hacia la playa del acantilado del puerto. Becca Fischer, Nigel y Faye Carter, Maggie Radcliffe y Lil, Karen White, Olly Stevens y Tom Miller siguen el haz de luz de un azul gélido de la linterna de Paul por la arena, provocando que, a lo lejos, parezca una hilera de antorchas de fuego, realizando un sagrado y antiguo ritual. Hay una gran hoguera en forma de pirámide a unos metros del lugar en el que se encontró el cuerpo de Danny. Uno tras otro, acercan sus antorchas a la pira, dejando que el fuego haga su trabajo, comenzando a consumir la madera y las astillas.

Cuando están encendidas todas las antorchas además de la pira, Paul Coates apunta con su linterna eléctrica a la cima del acantilado, y atrae la atención de los Latimer. Luego, se da la vuelta, y hace destellar la misma luz azul hacia la costa de enfrente.

—Te equivocas de dirección —dice Becca Fisher, a su lado, haciendo un gesto hacia la cima del acantilado donde están los Latimer—. Has acertado la primera vez...

Paul esboza una sonrisa enigmática, satisfecha.

—Espera y verás —dice.


Ante el frío parpadeo de la linterna, Dean realiza la misma señal en respuesta con su propia linterna, y entrega la antorcha encendida a Mark, que toca ligeramente con ella la base de la baliza. La familia oye el crepitar cuando se inician las llamas, quedando hipnotizados ante su dorado bailoteo.

El humo irrita los ojos secos de Beth. La adrenalina del día está empezando a disminuir, y el agotamiento y la decepción, avanzan poco a poco para ocupar su puesto. La sensación tan anhelada de liberación sigue escurriéndose, y mañana supone un vacío inminente. No sabe qué pasará a partir de ahora. Pero deben concentrarse en vivir. Vivir por su familia. Seguir adelante. En la playa de abajo, otra antorcha adquiere vida. A cada segundo, otra antorcha se une. Desde esa altura, es como si todas esas antorchas que se encienden fueran cerillas diminutas. La joven madre se aprieta contra el pecho de Mark, y sus mejillas perciben el rápido funcionamiento de los pulmones de su marido.

—¡Mirad! —exclama Chloe, señalando el otro lado del puerto.

—¿Qué es eso? —cuestiona Beth, sorprendida y conmovida.


Se ha encendido otra hoguera en el acantilado de enfrente. Segundos después, hay otra pasada la curva de la bahía, y luego otra, y otra... Se están encendido todas las balizas por Danny. La familia se vuelve a la vez, siguiendo con sus ojos el antiguo recorrido de las llamas, las cuales arden con fuerza, destellando su luz.

—Están por todas partes... —sentencia Becca asombrada—. ¿Cómo lo han sabido todos?

Las luces continúan multiplicándose. Docenas de hogueras resplandecen con un color ámbar, tierra adentro, hasta donde alcanza la vista. En el malecón de abajo, se encienden velas una tras otra. Son puntos blancos que delinean la forma del camino de cemento que serpentea, entrando en el mar. Allí, en las negras aguas del mar, los pescadores han encendido las luces de sus barcas. Parece como si las estrellas hubieran caído al mar.

—¿Has sido tú? —cuestiona la dueña del Traders, observando al vicario.

—He difundido la palabra —responde él, orgulloso—. Y quizá la palabra sea buena.


Beth se da la vuelta despacio, mirando la enorme cuna de luces que los del puerto han hecho para ellos. Una fuerte ráfaga sopla desde alguna parte, y eleva una cascada de chispas color naranja contra el fondo negro. Cuando se desvanecen, la castaña ve a Danny, a pocos centímetros de ella, encima del acantilado. Tiene esa misma cara pícara que ella recuerda. Se miran el uno al otro entre el filtro de las llamas. Danny esboza una sonrisa. Esa sonrisa nerviosa que Beth tantas veces ha esbozado. Ella le devuelve la sonrisa. Tiene la sensación de que algo dulce, como la miel caliente, penetra en su interior, aliviando el pesar de su interior.

Cuando vuelve a parpadear, Danny ya se ha desvanecido antes de que pueda correr hacia él. Ha sido su despedida. Pero es suficiente. Ahora lo entiende: la cuestión no es dejar que se vaya Danny, la cuestión es mantenerle vivo. Con ella. No debe olvidarlo, pero sí continuar con su vida. Él lo habría querido así. La lucha no ha terminado: no dejará que Joe Miller gane. Su tarea como madre de Danny aún no ha terminado. Debe asegurarse de que obtiene justicia.

Algunas luces jamás podrán apagarse mientras haya alguien para recordarlas y encender su llama nuevamente. Mientras Beth y su familia, además de los vecinos de Broadchurch sigan recordándole, él seguirá brillando a través de ellos. Danny brillará. 

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora