Capítulo 31

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El ritmo cardíaco de Alec Hardy, es la banda sonora de sus paisajes oníricos. Las imágenes despliegan incansablemente el pasado, como una película que está condenado a ver eternamente. La cara de Pippa Gillespie se convierte en la de Danny Latimer. Este lleva el colgante de Pippa, quien, por su parte, sujeta en brazos el monopatín de Danny. A lo lejos, ve a Daisy a una edad parecida, de uniforme, corriendo hacia sus brazos después del colegio. Eso da paso a otro chico, uno que nunca ha visto antes desde fuera, con las rodillas subidas hasta el pecho, mientras la marea se lo lleva rodando de la playa del arrecife del puerto. Por un momento, a lo lejos, puede distinguir a una niña de cabello rojizo, como el atardecer, que le hace gestos para que la siga, pero es demasiado rápida para poder ir en su busca. Luego, todo se vuelve blanco.

Recupera los sentidos uno a uno. El tacto es el primero, en forma de dolor: un agudo picotazo en el dorso de la mano derecha. Asimismo, nota que una indescriptible calidez rodea su mano izquierda. Le sigue el olfato, con el olor inconfundible a sudor y desinfectante de un hospital. Algo le pita en el oído izquierdo, y nota el sabor a rancio dentro de su boca.

Lo primero que ve cuando consigue enfocar la habitación, son las persianas verticales, que cuelgan como vendajes desechos en la ventana. Un tubo silba al meterle oxígeno por la nariz, y una aguja inyecta algo en una vía de la parte posterior de su brazo izquierdo. En su visión periférica, a su derecha, logra ver el rostro cansado y preocupado de su oficial, quien, al notar que está despierto, sonríe. "Ah, ahí está esa sonrisa que echaba de menos", piensa con alivio.

—¿Cómo se encuentra? —cuestiona la muchacha formalmente, acariciando su mano.

—Mejor ahora —responde el, antes de fijar su vista en la herida de la cabeza de su novata—. ¿Eso son puntos? —se preocupa, liberando su mano del agarre de Harper, alzándola hacia su rostro. Las yemas de sus dedos trazan el recorrido de la magulladura—. ¿Duele? —cuestiona, negando ella con la cabeza—. Te dije que tuvieras cuidado —la regaña, aprovechando que se encuentran a solas para tutearla—. No deberías haberte separado de nosotros.

—Lo sé, pero si no lo hubiera hecho, quizás no habríamos tenido otra oportunidad para...

—Eso no es excusa —la interrumpe—: te has arriesgado demasiado —le habla como si se tratase de una niña pequeña—. Ignoraste una orden directa de tu inspector, y para colmo te separaste de tus superiores, arriesgando la operación —su voz es dura, pero sus siguientes palabras se quiebran ligeramente por su preocupación—, y tu vida en el proceso —ella asiente lentamente, dándole la razón—. Ese tipo podría haberte...

—Lo sé, pero no lo hizo —niega Coraline, averiguando qué palabras estaban a punto de salir de la boca de Alec, antes de interrumpirse—. Estoy bien. Estoy aquí. Dispuesta a seguir contigo en este caso —añade en un tono decidido. Pasea su vista por el brazo de su jefe, antes de posarla en su corazón—. Menos mal que estás bien —menciona la muchacha, suspirando hondamente, y solo entonces él se percata de las ojeras que hay bajo sus ojos.

—¿Te has quedado aquí toda la noche?

—Tenía que hacerlo —sentencia ella con determinación—. Eres mi jefe —incluso aunque quiera distanciar mínimamente sus acciones, ambos saben que no se ha quedado allí solo porque él sea su superior, sino porque son amigos—. Tenía que asegurarme de que estabas bien.

Él apenas puede expresar con palabras lo mucho que ella lo está ayudando. Ambos se ayudan mutuamente, como acordaron, aunque en este momento, eso ya no importa. Su relación ha trascendido ese tácito acuerdo.

Harper continúa hablando, pues Alec se queda en silencio, escuchándola.

—La última vez que te pasó algo parecido tuve que acompañarte hasta aquí, pensando que te morías —rememora, y el tono horrorizado y preocupado de la novata de veintiocho años, logra hacer que un escalofrío recorra la espalda del hombre—. Ayer no fue una excepción —posa sus ojos azules en sus castaños—. Cuando empezaste a... Creí que... —su voz se entrecorta, y no es capaz de terminar sus propias frases—. No podía dejarte... No como a mi padre... —se lleva las manos al rostro.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora