Capítulo 37

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Es la medianoche del jueves 18 de julio. La familia Miller ha vuelto a Broadchurch después de tres idílicas semanas en Florida. Han llegado a casa hace aproximadamente cuatro horas, y han encontrado un montón de correo, y marcas brillantes de babosas sobre la moqueta.

Tres miembros de la familia están dormidos. Lo cierto es que ha sido un vuelo duro, y el esfuerzo de mantener a los niños despiertos todo el trayecto desde el aeropuerto hasta casa, ahora parece pasar factura. Se han derrumbado en sus camas, sin ducharse, sin lavarse los dientes. Ellie se ha quedado como un tronco. El precinto del frasco de plantillas de melatonina que compró en el aeropuerto de Orlando está roto, indicando que ha echado mano de ellas para poder dormir tranquilamente. Como siempre, su desfase horario es horrible.

Joe Miller está completamente despierto, a pesar del cambio horario. Aquella sensación enfermiza que le retorcía las entrañas, ausente durante esas tres semanas felices, ha vuelto. Se dijo mientras estaba fuera, que estaba —aborrece la palabra— curado, pues sugiere que ha hecho algo malo, y no lo ha hecho. Bueno, no lo han hecho. Se necesitan dos, a fin de cuentas, para realizar un acto así. Pero esa es la única palabra que parece describir de verdad cómo se ha sentido en vacaciones. Por primera vez desde que empezó aquello, se sintió completamente consciente. Sus chicos le bastaban. Ellie le bastaba. Prácticamente hacían el amor casi todas las noches, ya que, desde que nació el pequeño Fred, no habían podido hacerlo. Joe no paraba de decirse una y otra vez que estaba curado, pero aquella sensación... Aquel deseo impuro, impregnado de una gran vergüenza, volvió de camino a Broadchurch. Se hizo presente, con más fuerza que nunca, en el avión. Provocó que Joe no pudiera comer. Sentía unas terribles náuseas. Sentía repulsión por Danny.

Joe Miller se queda un rato en el descansillo, viendo dormir a su mujer y sus hijos. Tras unos segundos, el sonido de un mensaje de texto lo sobresalta ligeramente. Con la intención de tener algo de privacidad, baja al piso de abajo. Lee el mensaje, y un cosquilleo lo recorre de arriba-abajo. Busca a tientas en el vestíbulo las llaves del coche familiar. El suyo es el único coche en la carretera de un solo carril. De vez en cuando, al doblar una curva cerca del borde del acantilado, la luna le guiña el ojo de forma burlona en el lejano mar. Joe conduce despacio, tratando de ordenar sus ideas. Después de la sensación de alivio inicial porque Danny quiere volver a verle, le asalta otra vez la duda. Danny quiere que aquella sea la última vez. Ha sido muy claro al respecto. Joe lo considera a fondo: no hay modo de que pueda volver a echarle mano al dinero —Lucy si lleva meses sin aparecer por la casa, así que no puede volver a utilizarla como chivo expiatorio—, de manera que, si va a intentar convencer a Danny de que sigan viéndose, deberá persuadirlo con palabras. Si no puede ser... Bueno, la idea de que aquella sea la última vez hace que Joe quiera echarse a llorar. Pero si éste ha de ser el final, entonces deben hacer que sea especial.

Aparca el coche cerca del lugar de encuentro habitual: la carretera a medio hacer, rodeada de setos altos, frondosos y exuberantes en verano. En aquel sitio hay una gran pureza, lejos de la circulación y las cámaras de vigilancia del pueblo. A Joe se le tensa el estómago al ver a Danny subido a su monopatín en mitad del sendero. La luna brilla como un foco encima de él. El pelo le ha crecido un poco en estas últimas semanas. El mechón de la coronilla es nuevo. Joe está demasiado sobrecogido para hablar. Danny hace un movimiento sobre su monopatín: un cambio de dirección que le enseño Joe. Los dos se ríen. La tensión se desvanece, y Joe sabe que la cosa va a ir bien.

—Buenas —dice Danny. La inofensiva palabra alcanza a Joe como una bala. La voz de Danny se ha hecho más grave mientras él estaba fuera. Es como un gancho en el corazón de Joe, pero no se sabe de qué modo lo vuelve loco.

Recorren a pie los últimos cincuenta metros hasta la cabaña de la cima. Danny levanta una piedra para sacar la llave, y entran en lo que Joe considera su refugio. Le lleva un momento apreciar el olor a limpio, las artísticas conchas marinas nada llamativas, y la combinación de colores. Tienen tan buen gusto, que uno ni siquiera se fija en ellos. ¿Cómo puede pasar allí algo tan sórdido e impuro?

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora