Capítulo 28

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Ellie se despierta tarde, y encuentra la casa vacía y una nota de Joe, que dice que ha llevado a los niños al parque. Tom al parecer lleva despierto desde hace varias horas. Aquello no le suena bien. Es normal que Fred se despierte al amanecer, pero Tom era de esos a los que tienes que dar unos meneos para que se despierten y destaparle. Hasta ahora ha rechazado la ayuda psicológica, pero se sigue ofreciendo a todos los compañeros de clase de Danny, y Ellie se pregunta si deberían planteárselo de nuevo. Últimamente apenas lo ve algunos días. Mira el reloj: falta media hora hasta la hora de entrar al trabajo. Cinco minutos después está duchada y vestida. A los diez minutos, está en la pista de patinaje del parque con un café en la mano.

Joe es fácilmente distinguible con su chaquetón de papá, y no solo porque tenga el cochecito de Fred a su lado, moviéndolo en lentos y suaves vaivenes para calmarlo.

—¡Sí, señor! ¡Nueve, nueve! —exclama, animando a los chicos, amigos de Tom—. ¡Qué técnica, Lee! —lo alaba, antes de fijarse en su hijo—. Vamos, Tom, ¡a por un nueve! —acaricia la cabeza de Fred, a quien comienzan a cerrársele los párpados. A Ellie la pone contenta que, a pesar de todo, se le ilumina la cara cuando la ve acercarse—. Hola —saluda a su mujer.

—Me he asustado al despertar —confiesa ella—. No sabía dónde estabas hasta que he visto tu nota.

—Sí, bueno, Tom se ha despertado sobre las seis, y quería venir al parque —se explica—. Por lo visto, ahora vienen cada mañana antes del colegio. Es una forma de quitarse el estrés de encima —añade, y Ellie pasea la vista por el campo de skate—. ¡Soy el jurado oficial! ¡Tom, eso es de nueve! —grita cuando Tom salta del medio-tubo—. ¡Sí! ¡Hay un empate! ¡Ahora a la siguiente ronda!

En su voz se refleja el entusiasmo, pero tiene unas sombras violáceas debajo de los ojos. La sargento de policía ha estado tan agobiada por su propio pasado y la preocupación por Tom, que ha olvidado por completo que eso podría estar pasándole factura también a su marido. Desde que empezó aquella investigación ha tenido que ser padre y madre a la vez.

—¿Te diviertes? —le pregunta, y él sonríe.

—Esto me hace estar de buen humor —confiesa, antes de que su tono adquiera un cariz preocupado—. ¿Cómo estás? —pregunta, acariciando su brazo—. En el velatorio estabas un poco... distante.

Ella entierra la cabeza en el brillante nylon azul.

—Estaba pendiente de todo el bar, pensando: está aquí, ¿por qué no lo veo? —le comenta—. Cora y Hardy también estuvieron ojo avizor, pero no sé si tuvieron la misma suerte que yo —le comenta, y Joe parece tensar la mandíbula ante la mención del nombre de la oficial—. Ya se lo preguntaré cuando llegue al curro. Cuanto más dura esto, más empiezo a sospechar de todo el mundo.

—Vaya —Joe finge estar ofendido—, cuando dices todo el mundo...

Ella sonríe.

—De casi todo el mundo.

—Es una lástima, porque estoy disponible para un riguroso interrogatorio en nuestra habitación cada noche —le ofrece las muñecas—. Coge las esposas, porque puedo ser un prisionero muy problemático.

—Espero que tengas una buena coartada.

—Resulta que sí: mi mujer estuvo junto a mí en la cama toda la noche. Roncando, me temo.

—Yo no ronco. Suelto aire —han estado teniendo esa conversación desde la primera noche que pasaron juntos. Supone un profundo consuelo seguir ese guion tan conocido.

—Te grabaré una noche, y ya verás.

Joe se inclina para besarla, ante la evidente molestia de Tom.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora