Capítulo 19

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El vino ha sido un error. Lo único que puede hacer Hardy es poner un pie delante del otro. Espera que Harper se encuentre bien. Aunque se ha hecho una ligera idea sobre lo que le sucede, no puede evitar preocuparse por ella. Nunca la ha visto tan desesperada y asustada. En la calle Mayor, una figura solitaria sale de la oficina del Eco de Broadchurch. Incluso con su vista nublada debido a un próximo ataque, logra ver una figura acompañada de lo que parece ser un canino. Debe ser Susan Wright.

—Buenas noches —se despide la mujer, lo que confirma sus sospechas.

—Buenas noches —dice él, abriendo la puerta del hotel.

En cualquier caso, se las arregla para llegar a la recepción del hotel y subir las escaleras sin que lo interrumpan. Está empapado de sudor cuando entra a la habitación, y se dirige al cuarto de baño, donde está su medicación. Ni siquiera se molesta en quitarse los zapatos o la chaqueta.

El vértigo convierte el espacio en un salón de los espejos. Las paredes parecen curvarse, y las superficies inclinarse en ángulos demenciales. Cuando la visión le falla, agarra a tientas la caja de pastillas, pero los blísteres están vacíos. ¿Dónde están las de repuesto? ¿Dónde coño están sus pastillas de repuesto? En lo último en lo que piensa Hardy antes de sucumbir a la gravedad, es en el envase del cajón de su mesa de trabajo. Choca con la nuca contra el lavabo cuando cae. La oscuridad es instantánea y total.


Un estruendoso golpe provoca que la oficial de policía se levante de la cama, automáticamente poniéndose alerta. Se pregunta si algo le habrá sucedido al inquilino de la habitación, por lo que, aprovechando que está vestida, decide salir al pasillo. Se queda frente a la puerta colindante a la suya, y está a punto de tocar ésta, cuando se percata de que se desliza sin problemas al interior. Sabe que aquello podría considerarse allanamiento de morada, pero no puede evitar entrar. Si alguien necesita ayuda, ella se la puede prestar, y no piensa abandonar a alguien en apuros. La habitación está impoluta, y la luz encendida. Esto le indica que su inquilino sigue en el interior. ¿Pero dónde está? El golpe que ha escuchado ha sido contundente, y por experiencia, sabe que el lugar que más probabilidades tiene de causar accidentes domésticos es el baño. Se dirige hacia allí con presteza.

Sus ojos se abren con sorpresa y horror al reconocer al hombre que está tendido en el suelo.

—¡Alec! —exclama, apresurándose en acercarse, arrodillándose a su lado. Ve que un charco de sangre está empapando el suelo—. Vamos, vamos, no te vas a ir. Tú no —niega con vehemencia, quitándose la chaqueta del trabajo, posándola contra la herida recién abierta. Sus ojos escanean su entorno, encontrando un blíster de pastillas en el lavabo. Arritmia cardíaca. Los pocos síntomas que había observado en su jefe la estaban conduciendo a esa terrible posibilidad—. ¡Becca, aquí! —exclama de pronto, escuchando cómo la gerente del hotel entra a la habitación—. Llame a una ambulancia, ¡rápido!

La australiana no tiene siquiera tiempo de preguntarle a la muchacha pelirroja cómo demonios ha conseguido entrar en la habitación del inspector, ni qué diantres está haciendo, pues se encuentra obedeciendo su orden al pie de la letra. La rubia había subido al segundo piso al venir el inquilino del primero a quejarse por un fuerte ruido.

Mientras habla con el servicio de emergencias, observa con cierta lástima cómo la pelirroja sigue presionando su chaqueta contra la herida en la cabeza de Hardy, habiendo colocado la cabeza del hombre en su regazo. Tiene una mirada determinada: no va a dejar que se muera. Por todos sus demonios que no se va a morir mientras ella tenga algo que decir al respecto.


Hay una línea blanca y nítida de luz encima de Hardy. Un ángel aparece delante de él con un halo deslumbrante que bordea su pelo cobrizo. Nota que alguien le indica a ese ángel que mantenga la presión en su cuello. Entonces el ángel habla con un marcado acento británico:

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora