Capítulo 17

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Beth tiende la ropa en el jardín trasero. Chicos del curso de Danny dan patadas a un balón en el campo de juegos. Lucha contra el impulso de saltar la valla, correr hacia el revoltijo de chicos, agarrar a uno —cualquiera—, y sujetarlo con tanta fuerza que pueda sentir los latidos de su corazón. Lo normal es que el campo de fútbol sea una zona donde solo hay chicos, pero hoy hay un puñado de padres que los vigilan desde las bandas.

Steve Connolly, que habla con Beth desde el otro lado de la valla, atrae miradas de preocupación. Un padre le saca disimuladamente una foto con su teléfono móvil. Ahora le observan todos. Steve no lo nota. Su centro de atención es exclusivo de Beth, educado, pero insistente.

—Hace unos días le hable a la policía de una prueba que debían investigar —dice—. Y no me hicieron caso. Ahora tienen esa prueba, pero alguien la quemó antes de que la encontrasen, y es más difícil analizarla bien.

Está hablando de la barca que encontraron en llamas. Tiene que ser eso. Todo el mundo se ha enterado.

—¿Por qué me cuenta esto?

—Porque puedo ayudar —coloca sus manos en su pecho en un gesto casi sacerdotal—. Puedo ayudar —insiste. Si Beth hubiera visto su rostro en ese momento, se habría percatado de la mirada desquiciada que reflejan sus ojos claros—. Pero necesito que se me tome en serio, y eso no está pasando.

Beth no sabe qué pensar. Baja la vista. En la parte de arriba de la cesta con la ropa de lavado, está el vestido rojo que llevaba puesto el día que vio a Danny tendido en la playa. Lo cuelga, aunque sabe que nunca se le volverá a poner.

—¿Y si se equivoca?

Steve niega con la cabeza.

—Beth, no tengo motivos para mentirle —niega en un tono que oculta sus verdaderas intenciones—. Ojalá, ojalá jamás hubiésemos tenido que conocerlos, pero lo que le contado es cierto, y debe convencer a la policía.

Duda y esperanza se enfrentan en el interior de Beth. Las cosas de las que trata Steve son demasiado importantes. No es que no las crea, es que, hasta ahora, ella nunca ha pensado mucho. En su antigua y encantadora vida no había sitio para la filosofía, y los fantasmas no existen.

Su vida de repente consiste en fiarse de hombres que no conoce. Le hizo confidencias al vicario. Confía en el inspector Hardy. Y ahora aquel hombre tan raro y serio que dice que tiene comunicación con Danny. Le mira directamente a los ojos. La mirada que le devuelve es resuelta.

—Vale —dice ella.

Traicionada por su marido en el que confiaba, ahora tiene fe en los desconocidos.


Hardy está furioso y Ellie se siente humillada. Cora está incrédula a la par que molesta. La prensa se desata y ceba con los antecedentes de Jack Marshall, mientras el departamento de investigación criminal, que todavía se enfrenta a un atasco de hechos y verificaciones, ni siquiera se ha planteado en darle prioridad. A pesar de la información proporcionada por Oliver, hay algo que no termina de cuadrar para la pelirroja. Ella no cree que Jack sea ese tipo de persona. El leve análisis que ha hecho de él no deja entrever esa posibilidad. Oculta algo, es cierto, pero no es eso de lo que se le acusa. Y la prensa, como siempre, está haciendo el agosto. Empieza a entender el desdén que siente su jefe por ella. Ellie, por su parte, se siente mal —físicamente mal, no puede terminar el almuerzo— ante la idea de que pudiera ser Jack. Aquel hombre se ha ocupado de su hijo, le ha llevado a todos los campamentos de la Brigada de Marina, ha cerrado las cremalleras de sus sacos de dormir, los ha visto cambiarse de ropa.

Jack lleva tanto tiempo en Broadchurch que es el miembro honorario del pueblo, pero no ha estado allí siempre, claro. Se hizo cargo del quiosco cuando Ellie tenía unos siete años. Lo recuerda ahora.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora