Capítulo 7

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Cora despierta en su habitación del hotel Traders por el sonido de una llamada entrante. Se levanta casi como un resorte, tomando el teléfono móvil en sus manos. No reconoce el número de teléfono, pero descuelga. Se trata de Alec Hardy. Le pregunta si está libre esa mañana, y ella le responde que sí. Éste le indica que debe reunirse con él en el centro del pueblo. La oficial bosteza: son las 06:34 de la mañana. Guarda el número en su teléfono móvil, y sale de la cama. Se da una ducha, se viste, se peina, coge su identificación y su bolso, y sale del hotel. Pasa por una cafetería cercana para comprar un cappuccino y una tila. Está segura de que su jefe necesitará tranquilizarse, y más aún, teniendo en cuenta que la ha llamado a una hora tan temprana. Llega al centro del pueblo en cuestión de minutos. El hombre de complexión delgada la está esperando. Con una sonrisa amable, se acerca a él.

—Buenos días, señor —dice más por educación que por circunstancias. No pueden serlo. No, cuando hay un niño muerto.

—Buenos días —responde él, lo más amablemente posible.

Cora le tiende la bebida que lleva en su mano izquierda, y Hardy hace una mueca de disgusto.

—Es una tila —aclara ella, aun extendiendo su brazo.

Hardy suspira aliviado. Es justo lo que necesita para calmarse. No ha pegado ojo en toda la noche. Toma la humeante taza de plástico de las manos de su subordinada. Nota que tiene las manos cálidas. Probablemente de sujetar las dos tazas.

—Gracias —es escueto en su agradecimiento, pero a ella le basta—. ¿Ha conseguido dormir algo?

Ella da un sorbo a su cappuccino antes de contestar.

—No —niega con la cabeza. Su tono es apesadumbrado—. ¿Y usted? —hace contacto visual.

—Tampoco.

Se quedan en silencio por unos segundos, disfrutando de los rayos de sol que empiezan a bañar con su calidez las calles. La oficial posa su mirada azul en su jefe. Examina su expresión: parece más relajado ahora. La alivia verlo así. Cuando no está de mal humor o con el ceño fruncido, tiene una expresión muy agradable. Tras dar un sorbo a la tila que le ha traído la pelirroja, Hardy repara en que no deja de observarlo. Arquea una ceja: ¿qué pasa ahora? ¿Tiene monos en la cara?

—¿Qué ocurre, Harper?

—Lo siento, señor —se disculpa, apartando la vista rápidamente. Le avergüenza haber sido tan poco discreta—. Todavía no me ha dicho para qué me necesita esta mañana —logra decir, intentando desviar el tema de conversación.

Hardy no parece reparar en ello, y simplemente responde.

—Vamos a recorrer el camino que Danny hacía en su reparto de periódicos —se explica rápidamente, acabándose la tila en unos pocos sorbos, arrojando el vaso de plástico a un contenedor de basura cercano.

Ella asiente, terminándose su café, tirando la taza de plástico al contenedor.

Con las primeras luces de la mañana, el inspector y la oficial realizan la ruta de reparto de periódicos de Danny. El escocés lleva en sus manos un plano a lápiz como guía. El chico cubría mucho terreno: senderos de la costa, y también calles residenciales. Hardy sube una cuesta poco pronunciada, que le lleva a una gran zona de césped que domina los acantilados de la playa. Es un paisaje verde, intemporal. Busca a Harper con la mirada. Se le ha adelantado unos metros. No le cuesta localizarla: su cabello cobrizo, destaca entre el perifollo que florece hasta la altura de la cintura. Parece absorta en el paisaje. Por una vez, Hardy admite que agradece verla más relajada que el día anterior. Cuando ve que se aleja demasiado, la llama, y ella se gira, caminando hacia él.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora