Capítulo 10

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La mañana siguiente amanece con los cielos nublados, como si éstos al fin llorasen la pérdida del niño de once años. Coraline, ya despierta desde las 5:15, debido a un correo electrónico indicándole que ya tienen las grabaciones de seguridad de la cámara del acantilado, recibe un mensaje por parte de Hardy. Éste le indica que su lugar de reunión es el parque de caravanas. Por suerte, ella ya se ha preparado, y mientras cierra la puerta de su habitación, responde rápidamente que va de camino.

Con paso vivo, recorre el pueblo, sintiendo las miradas de todos los transeúntes en su persona. Sabe perfectamente los rumores que circulan sobre ella, pero no le molesta. Mientras solo se centren en ella, no piensa decir nada. Pero no piensa permitir que alguien diga algo sobre su madre. Piensa en parar a por un café, pero no quiere perder el tiempo. Cuanto antes hablen con la tal Susan Wright, antes podrán conseguir las llaves para inspeccionar la cabaña del acantilado, y, con suerte, determinar si es o no, el auténtico escenario del crimen.

Atraviesa el campo de perifollos, cuyas flores están en plena floración, deteniéndose solo un instante para aspirar su fragancia. Es una fragancia nostálgica. Esa misma fragancia que le recuerda a su hogar. Pasa junto al poste telegráfico, en el cual está situada la cámara de seguridad, llegando al parque de caravanas a los pocos minutos. Cuando avista la número 3 en la distancia, cuya dueña es Susan Wright, se sorprende. Parece que ha llegado antes que Hardy. Tomando en consideración sus posibles cursos de acción, decide esperarlo. Se apoya en una caravana cercana, cuyo estado, a juzgar por su interior, está deshabitado. De pronto, un agudo sonido de campanillas, indicando la llegada de un mensaje de texto, la saca de sus ensoñaciones.

Toma el teléfono en su mano derecha, y observa el mensaje de texto que hay escrito en él.

¿Un café? -Hardy.

Alza el rostro, habiendo leído el nombre de su propietario. A los pocos metros, se encuentra a su jefe, quien camina hacia ella. Lo que le sorprende no es eso, sino que en sus manos lleva dos tazas de plástico humeantes. Se ha tomado la molestia de parar a comprarle un café. Eso la enternece. Cuando llega hasta su posición, extiende su mano derecha, entregándole una taza humeante de cappuccino. Coraline la acepta con una sonrisa.

—Buenos días, Harper —la saluda, colocándose junto a ella, apoyado en la caravana a su espalda.

—Buenos días, señor.

—Parece sorprendida —advierte Hardy, evidentemente satisfecho al haber conseguido sorprender por una vez a su subordinada—. ¿No le gusta el café? —pregunta de pronto, temiendo haberse equivocado.

—No, no es eso —se apresura en negar la oficial, tomando un sorbo—. Es solo que me ha sorprendido que me traiga un café, señor —admite, turbándose rápidamente. No está acostumbrada al hecho de que su inspector sea amable—. Los jefes no suelen hacer este tipo de cosas por sus subordinados.

—Ah, ¿no? —Hardy parece mortificado.

—Pero es todo un detalle —nota que parece horrorizado, temiendo haber metido la pata.

Coraline no quiere que deje de intentar ser amable. Aquel es un gran paso. La confianza es una calle de doble sentido, al fin y al cabo. Parece que su amabilidad al fin se ve recompensada.

—A mi desde luego no me disgusta —sonríe, antes de carraspear, recordando que no está hablando con un hombre cualquiera—. Señor.

—Bien —toma un sorbo de su tila, aliviado—. He imaginado que, al responder al mensaje de texto apenas unos segundos después de que lo enviase, no había desayunado, y lleva despierta un buen rato —comenta, observándola de reojo. Recibe un gesto afirmativo por su parte—. Es un agradecimiento —masculla de pronto.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora