Capítulo 14.

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Año 2006. La Toscana, Italia.

Alessandro tenía siete años recién cumplidos y acababa de dejar atrás ese completo infierno de vida que llevaba.

Solitario como era, aunque su carismático hermano nuevo tratase de llevarse bien con él, este solamente lo ignoraba.

En aquella nueva etapa, su madre estaba sonriente en todo momento y solo por eso estaba dispuesto a aguantar lo que fuera que se viniera encima.

Su nueva familia, al principio le había resultado demasiado aterradora.

El esposo de su madre, ese tipo con el que su ángel se había casado era un jefe de la mafia, alguien que emitía una fuerte aura que gritaba "Peligro".

Aquel líder Salvatore era un hombre serio y muy estricto, en especial con su hijo que era unos años mayor que él, pero lo que Alessandro no esperaba, era que este fuese tan amable bajo esa fachada violenta.

Ese hombre con pintas aterradoras consentía a su madre como si de una niña de su edad se tratase y a él lo trataba como si realmente fuese su hijo biológico, era una figura paterna ejemplar, un modelo a seguir, algo que él nunca había tenido.

Por eso, sentía tanta rabia cuando su "hermano" lo despreciaba de aquella manera.

Giovanni siempre estaba peleando con su padre ya que por un motivo u otro ambos nunca se ponían de acuerdo y como su hermano era tan cabezón, el hombre siempre tenía que ceder u obligarlo de malas maneras.

Y por eso lo ignoraba, aunque Giovanni, por alguna razón, no dejaba de tratar de socializar con él.

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Al hijo mayor de los Salvatore, ese pequeño hermano frágil y delicado al principio ni siquiera le había llamado la atención.

Solo se sintió atraído por él cuando lo observó por un tiempo y comprendió que el niño no sentía dolor, o al menos no lo mostraba.

Su cara era totalmente inexpresiva, indiferente.

Alessandro se había caído varias veces por su culpa, porque él había querido experimentar con su paciencia y ver hasta cuando podía seguir fingiendo que no sentía nada.

Giovanni le había puesto trampas con la esperanza de hacerlo llorar, de demostrar que ese niño, al menos era humano, como su madre, su padre o como él.

Pero aquello era una tarea imposible.

Lo había dejado fuera en días lluviosos sin paraguas, le había rasgado la ropa con unas tijeras de cocina, le había hecho la zancadilla miles de veces y también había llegado a culpar a ese mocoso de todas las cosas que él rompía en la casa y todo para recibir la indiferencia por su parte.

Alessandro nunca se había enfadado con él, pero tampoco le hablaba, simplemente se limitaba a tratarlo como una pared muerta, sin vida y sin importancia y eso hacía hervir su sangre.

Por lo que Giovanni, muy decidido, viendo que ese crío era el único capaz de hacer que su madurez se fuera al garete y sabiendo que por las malas no conseguiría nada trató de ir por la otra vía y comenzó a seguirle, a adularle y a consentirle, sin recibir ninguna de las respuestas que él quería ver en el pequeño.

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Ese verano, se habían ido a la playa, a aquella casa destartalada que poseía la madre de Alessandro en medio de un rincón recóndito de la costa de una playa abandonada.

Una vieja vivienda cuya única habitación habitable aparte de la principal de sus padres, era la del desván, un espacio que ambos tendrían que compartir.

Alessandro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora