Capítulo 33.

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Año 2021. La Toscana, Italia.

Tras haber pasado el mal trago, los refuerzos habían aparecido realizando un espectáculo que John, aún no había podido olvidar pues, la llegada de uno de los helicópteros de rescate privados de los Salvatore lo había dejado aturdido.

Cuando todos aquellos soldados armados de pies a cabeza bajaron uno por uno deslizándose por una cuerda que colgaba del vehículo, Giovanni comenzó a gritar barbaridades que hicieron que su cabeza doliese más que la herida que poseía en uno de sus costados.

Todo fue limpiado en el menor tiempo posible, la policía fue recompensada por el magnate yéndose mucho más contentos de lo que habían acudido ya que, al parecer, que la parte trasera de la comisaria explotase, no les había hecho mucha gracia.

El coche que Giovanni robó fue llevado enseguida por una enorme grúa que iba directa al taller junto al de Alessandro y los cadáveres fueron recogidos y llevados a Expert para analizar sus identidades y realizarles la autopsia respectiva antes de tirarlos a la fosa en la que, los Salvatore alimentaban a sus perros haciendo que estos desaparecieran sin dejar rastro.

Y justo cuando uno de los médicos terminó de suturar y limpiar la herida de John quién pensaba que ya se había acabado todo, un flamante Lamborghini rojo aparcó frente a sus narices y de ahí, bajó el mayordomo arrastrando a un hombre de unos treinta o cuarenta.

La primera vez, en el ataque al hospital, Sebastián no había podido acabar con él y eso lo enrabiaba pues en sus setenta y pico de años realizando aquel trabajo, jamás nadie se le había escapado y por ello, pensó que era algún tipo de segunda oportunidad cuando aquel cabrón trató de atacarle para robarle el auto sin mucha delicadeza.

¿Cómo se atrevía esa semejante mierdecilla a atracar a un viejo pobre e indefenso cómo él?

¿Acaso en Rusia no tenían vergüenza?

Si un mocoso como ese pensaba que iba a salirse con la suya, estaba muy equivocado y así fue. Dos bastonazos después, el líder ruso ya estaba amarrado con cinta adhesiva en el asiento trasero revolviéndose como una sardina. Tres minutos después, Giovanni lo miraba con dureza mientras el hombre pensaba en cómo el Salvatore iba a amenazarlo para sacarle la información que tenía.

Eso no importaba, él había sido preparado para suicidarse antes de hablar y en una de sus muelas, se encontraba una pastilla de cianuro capaz de matarlo instantáneamente, aunque, cuando iba a morder con fuerza, un puñetazo de Alessandro le sacó el diente junto a un escupitajo de sangre que cayó junto a la muela perdida. El mismo Salvatore cogió y le amarró una tira de su ropa en la boca evitando así que pudiese morderse la lengua para morir desangrado y luego, se dispuso a hablar con su hermano y el fiel sirviente.

- No quiere hablar, señor. –

Dijo Sebastián con un tono servicial mientras les daba ropa para adecentarse a los cuatro hombres cubiertos de sangre por un motivo u otro.

La furia pasó por el rostro de Giovanni quién ya de por sí, daba tanto miedo, que causó que los chicos que habían venido a apoyar desapareciese de ahí con una rapidez descomunal rezando por salir indemnes del cabreo de su amo, pero, al mirar a Carlo y a John, decidió que tenía que cambiar su método violento por uno más..."peculiar".

Tanto Alessandro como Giovanni poseían un lado astuto y retorcido para conseguir lo que querían ya que, ambos habían sido instruidos en este arte por Fiorella, quién fue capaz de meter al sujeto que había tratado de estafarla, en una jaula de tiburones totalmente desnudo tras herirlo para después lanzarlo a un acuario lleno de esos bichos hambrientos y llenos de afilados dientes que luchaban por comérselo vivo.

Solo bastó un intercambio de miradas para que Sebastián se temiera lo peor y, como los años de experiencia habían logrado que no se equivocará, su predicción fue correcta.

- Veamos... - Comenzó Giovanni mirando a Alessandro. - No quiere hablar, ¿Qué debemos hacer, Aless? -

Tanto Carlo como John pudieron notar la malicia en sus palabras por lo que cuando Alessandro respondió, se quedaron a cuadros con la simpleza de sus palabras mientras se remangaba la camisa limpia que acababa de ponerse.

- Quizá después de un paseo, nos quiera contar todo lo que queremos saber, montad en el coche y abrocharos los cinturones, vamos a dar una vuelta. -

Pero, aunque ninguno de los dos entendió el propósito, le hicieron caso instintivamente. Alessandro los había protegido con su vida a ambos y gracias a él estaban sanos, salvos y de una sola pieza. Ahora, ambos confiaban ciegamente en él por el simple hecho, de que querían mantenerse seguros en medio de aquella tormenta llamada Salvatore.

Sebastián por su parte suspiró y decidió, que antes de montar en ese vehículo infernal, prefería irse a casa dando un tranquilo paseo y por ello, se escabulló silenciosamente pensando en el recuerdo que los dos jóvenes novatos se iban a llevar de pasear en el flamante vehículo de Giovanni Salvatore.

Cuando Alessandro se aseguró de que sus pasajeros de atrás se habían puesto el cinturón y este estaba bien apretado, cogió las llaves que Giovanni le tendía y se puso a ayudarle a montar sobre el vehículo a su viajante estrella.

Giovanni quería que el frío y el viento le refrescara la memoria y eso tanto John como Carlo lo entendían, pero, no pensaban que, teniendo un coche de cinco plazas, fuese necesario que el ruso viajase amarrado al capó delantero con las cuerdas elásticas y de sujeción que se usaban en las mudanzas cuando los muebles no cabían en los vehículos.

Alessandro se sacó las llaves del bolsillo y cuando se aseguró de que Giovanni se había puesto el cinturón, arrancó y una leve sonrisa apareció por su cara.

Todo ese tiempo, había conducido con calma, incluso en las persecuciones, debido a que John y Carlo estaban heridos, asustados y en peligro, pero, cuando trabajaba para su hermano, la conducción que llevaba a cabo era tan terrible o incluso más peligrosa que la de Giovanni y eso lo notaron ambos chicos cuando se apretujaron aún más en el asiento trasero mientras Alessandro subía música que poco a poco fue tapando los gritos de miedo que soltaba el hombre que tenían amarrado junto al parachoques.

Él había sido el líder de un escuadrón entrenado para morir en el intento si fuese necesario, para resistir a las peores de las torturas físicas e incluso, para no soltar ni un quejido si le cortaban en pedacitos con una sierra eléctrica, pero aquello era demasiado.

Si el pobre ruso ya se mareaba en tren, autobús o avión, aquel Lamborghini se convirtió en su peor pesadilla.

Y mientras los Beatles sonaban ruidosamente en el interior del vehículo que iba a casi cuatrocientos kilómetros por hora por aquella ruinosa carretera, Carlo sintió que realmente iba a vomitar y al decirlo, Alessandro no tuvo más remedio que parar en una esquina, momento que Giovanni aprovechó para comprobar si ahora, el intruso quería hablar o todavía no.

Mientras esto ocurría, Alessandro que se olía que la respuesta iba a ser negativa, se puso a aflojar las cuerdas sonriendo y dispuesto a no perder más el tiempo.

Ese hombre iba a confesar tarde o temprano y como lo supuso, tras un par de viajes en los que por poco se había caído del vehículo en los peligrosos derrapes que Alessandro iba haciendo en el camino, el hombre mencionó un nombre mientras soltaba un suspiro de alivio y se desmayaba sin sentir apenas su garganta, que estaba rota probablemente por los chillidos que había pegado.

¡Esos hermanos eran el mismísimo diablo!

Pero, al menos, tenían un nombre, el nombre de su jefe.
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Nota de la autora:

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Alessandro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora