Más dulce que un té

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La mañana de Levi no había comenzado de la mejor manera. En el instante que abrió los ojos todo era un desastre tras otro, una crisis seguida de otra, y un problema más que se sumaba a la fila.

Su alarma no sonó. Seguía siendo un misterio sin resolver el porque su despertador decidió quedarse callado, al igual que él no haya despertado como era su costumbre, con o sin alarma.

Mensajes de su trabajo llenaban la pantalla principal de su teléfono, tantos eran que no sabía por donde comenzar. Ventajas de ser su propio jefe: nadie podía reprenderlo por ir tarde. Desventajas de ser su propio jefe: tenía que resolver todos los problemas que surgían en la oficina.

Pasó alrededor de una hora sentado en la orilla de la cama o levantándose a caminar por su cuarto, mientras resolvía los problemas que su asistente se encargó de mandarle en tantos mensajes. Hasta que finalmente término de resolver el último percance, tuvo la oportunidad de meterse a bañar y arreglarse para ir al trabajo.

La ducha fue el único momento tranquilo que tuvo antes de dirigirse a la cocina para tomar una anhelada taza de té, y darse cuenta de que probablemente la peor de las crisis apenas sería revelada.

Con toda la disposición, y necesidad, por tomar aquella taza de su querido té, buscó en el cajón de la cocina donde lo guardaba y el que cada mañana abría para prepararse un dulce té. Su mano tomó el recipiente que lo almacenaba, sintiendolo más ligero de lo normal, cuando lo abrió fue que se dio cuenta.

—No hay —dijo lo obvio, mirando el recipiente vacío en su mano

No quedaba rastro de un poco de té, ni siquiera algo que alcanzará para una taza.

Pudo soportar haberse quedado dormido, ir tarde al trabajo, resolver una docena de problemas en una hora, pero no beber una taza de té, eso si no lo podía soportar.

Sus días comenzaban relativamente bien, porque el dulce sabor de esa bebida que consumía sin falta, lo ayudaba a aligerar la tensión que tenía de cada mañana y le daba la energía para todo el día.

Camino molesto en línea recta en la cocina, dando media vuelta cuando llegaba al extremo y haciendo lo mismo al llegar al otro. Si seguía así sus suelas y el piso se desgastarian. Con esa caminata sin fin, intentaba descubrir como es que olvidó ordenar su té. ¿Cómo fue que olvidó algo tan importante?

Contestando a su pregunta, recordó todos los pendientes, juntas, papeleo y problemas que tuvo que resolver en los últimos días. Era posible que algo se le olvidará, pero maldijo porque fuera precisamente lo más importante.

—¿Voy a una cafetería? —se preguntó en voz alta, deteniendo por fin su caminata—. No —negó a los pocos segundos—. No se como lo preparen. Además ese té no se vende normalmente en las cafeterías

Viendo que no tenía más opción, se resignó a no beber té por ese día.

Tomó sus cosas para ir al trabajo de una vez. No se apresuró, pues ya iba tarde. Bajó al estacionamiento colocándose su abrigo en el camino, llegando a su auto se dispuso a partir rumbo a la oficina.

O eso se suponía, hasta que su camino se desvío a la mitad, llegando a un lugar que desprendía un fuerte aroma a café.

Dibujo una mueca de desagrado en su rostro cuando cruzó la puerta del local y el olor a café inundó su nariz. Estuvo a punto de marcharse, pero optó por dejar pasar ese detalle y mejor tratar de conseguir la bebida por la que entró.

—Buenos días

«—¿Qué tienen de buenos? —interrumpió en su mente a la amable chica que lo recibió en la barra»

𝕆𝕟𝕖 𝕊𝕙𝕠𝕥𝕤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora