Las puertas de mi corazón

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Ella y yo fuimos realmente felices.
Ella era mi felicidad

La mañana de éste día me desperté contando el día mil cuatrocientos sesenta, se cumplían exactamente cuatro años desde que ella se marchó. Aunque algunas veces parece avanzar despacio, el tiempo corre realmente rápido y jamás he creído aquella frase que la gente suele decir a modo de consolación: "el tiempo lo cura todo".

¿El tiempo lo cura todo? ¿En serio? Yo sé que no. El tiempo no posee un poder mágico que cura las heridas o desvanece las cicatrices, el tiempo solo es tiempo. No importa cuantos días pasen, si uno continúa aferrándose al dolor de las heridas o decide ignorarlas pretendiendo que nunca sucedieron, entonces lo único que ocurre es que las retiene lo más que soporta hasta que eventualmente brotan con gran fuerza. Creo que las heridas sanan porque es lo que intentamos que hagan y el único papel del tiempo es ayudarnos a disponer de él para tardar lo que necesitemos.

Mi estado de ánimo se convirtió en el mismo que cada aniversario, levantarme de la cama resultó complicado, sin embargo conseguí ponerme de pie y entrar a la ducha donde tardé unos minutos. La ropa que preparé el día anterior permanecía en el sillón de mi habitación en el que solía sentarme a leer por las noches mientras contemplaba la vista de la ciudad. Deslice los pantalones por mis piernas, abroche los botones de la camisa y la faje para colocarme el cinturón; me acerqué al espejo colocándome la corbata negra; tomé asiento en la cama para abrocharme las agujetas de los zapatos lustrados; finalmente, me ajuste el saco y acomode mi cabello partiéndolo a ambos lados.

Mirar mi reflejo me recordó el día del funeral.

Comprimí los puños al cerrar los ojos y respirar profundamente. Decidí apartarme saliendo del cuarto directo a la sala a buscar mis cosas antes de marcharme, tardé en encontrar las llaves. Baje en el elevador del edificio hasta llegar al estacionamiento donde me esperaba, subí al automóvil manteniendo una actitud desanimada, mi acompañante lo comprendió al verme y no pronunció palabra. En silencio, encendió el motor e inició el recorrido a visitarte.

Durante el trayecto observaba el cielo a través de la ventana, las nubes estaban grises, seguramente llovería. Miré a la parte trasera del automóvil descubriendo los dos paraguas previamente alistados, supuse que era su forma de decirme que no debía preocuparme por nada en ese día más que en llegar junto a ti. Antes de continuar le pedí que se detuviera en una florería, así lo hizo. Compre un arreglo de flores rosas, solían ser tus favoritas. Recordé la primera vez que te regalé un ramo y lloraste de alegría abrazándome.

La nostalgia me invadió.

Retomamos el camino después de que volviese al automóvil. Mantuve las flores encima de mis piernas sosteniéndolas por el tallo causando que el plástico que las envolvía llenara el silencio. Poco a poco nos acercábamos, lo sabía porque en mi estómago se formó un nudo de emociones que siempre me atacaban cuando regresaba, el solo hecho de estar cerca desataba los recuerdos y sentimientos, pero... Este día era diferente, no sentía lo mismo que antes, en realidad, apenas podía sentirlo.

El automóvil se apagó tras estacionarnos bajo la copa de un árbol, ambos bajamos y las gotas de lluvia comenzaron a desatarse. Extendí mi mano como si buscase comprobar que efectivamente estaba lloviendo. Permanecí absorto en las gotas que se deshacían al chocar contra mi palma, verlas me recordó que el día del funeral también caí una tormenta bajo la cual terminé empapado al negarme a irme junto a los presentes. Pase la tarde sentado a tu lado dejando que el agua me cubriese esperando diluirme con ella.

Repentinamente, las escasas gotas dejaron de mojarme. Alce la vista descubriendo el paraguas que me protegía de la lluvia. Miré a mi acompañante proveyéndome un pequeño techo para resguardarme, tomé el paraguas que me ofrecía y avanzamos cruzando la reja. Recorrimos unos cuantos metros a pie observando en el camino a las personas que, sin importar el clima, igualmente visitaban a quienes ya no estaban junto a ellos. Después de un rato llegamos a la colina donde tú dormías a la sombra de un árbol.

𝕆𝕟𝕖 𝕊𝕙𝕠𝕥𝕤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora