Sincronía perfecta

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One shot extenso.

Pude ver el camión de mudanza aparcado frente a la fachada del edificio, descargando varios muebles, entre ellos un escritorio de madera oscura, un sillón blanco de tres asientos, una estantería de cinco espacios, una cómoda, un colchón, y todos los muebles que se necesitaban en un departamento. Aunado a esto, vi varias cajas apiladas en una torre bastante inestable. Decidí no acercarme más allá del vestíbulo, concluí mi tarea de recoger el correo y cerré mi casillero con el número 25 colocado en una placa de metal dorada.

El asunto no era de mi interés, me marché a mi departamento ignorando la mudanza y subí por el elevador al piso cinco. En el camino revisé las cartas pasándolas una por una, seleccionando lo que podía irse a la basura.

[...]

Vaya error garrafal cometí al creer que tal asunto no sería de mi interés. No imaginé que la persona que acababa de mudarse residiría, desafortunadamente para mí, en el departamento de arriba. ¿Cómo me enteré? Fue bastante sencillo. Los ruidos continuos de muebles siento arrastrados y reacomodados en varias ocasiones me dejaron saber que el departamento, hasta hace unos días vació, ahora se hallaba irrumpido por una persona sumamente ruidosa y energética. Y es que lo peor no se trataba de que tardara una semana en decidirse a dejar los muebles en un sitio, lo peor vino cuando, una vez concluyó su mudanza, empezó a vivir una vida normal y rutinaria que siempre concluía con la misma tarea por la noche: tocar por una o dos horas seguidas el violín.

Ese día, como cada noche desde hace una semana, escuchaba las notas provenientes de arriba que traspasaban el techo e inundaban los rincones de mi departamento hasta chocar dolorosamente en mis oídos.

—Tch, ya empezó —expresé molesto, cubriéndome los oídos un momento ante la presencia del molesto ruido

Los días anteriores logré restarle importancia pues mis labores me suscitaban mayor atención que una persona molesta tocando el violín. Sin embargo, ese viernes las notas parecían resonar con mayor estruendo y molestia, quizá el volumen era el mismo de siempre, pero la presión que tenía por concluir mi trabajo en la computadora me hizo sentir que dos bocinas se encontraban detrás mío reproduciendo a todo volumen el sonido de la pieza que interpretaba.

Aguante cinco, diez, quince... ¡Veinte minutos! Hasta que mi límite llegó y no lo soporte más.

—Me tiene harto —declare decidido a poner un alto

Me quite las gafas arrojándolas al escritorio, tomé mis llaves y abandoné mi departamento. Subí por las escaleras en mi impaciencia por llegar pronto, incluso por el pasillo escuchaba las notas a un volumen más suave. Me detuve frente a la puerta con el número 30 y golpeé tres veces asegurándome de usar la fuerza necesaria para ser oído. El ruido interior se detuvo permitiéndome escuchar los pasos acercándose y la puerta se abrió dejándome ver a la molesta persona.

—Oh, buenas noches, ¿Te puedo ayudar en algo? —me preguntó con cortesía y amabilidad

Su tranquilidad llegó al punto de parecerme descarada.

Observe cuidadosamente a la nueva vecina que permanecía con una sonrisa esperando mi respuesta. Supe, al mirarla, que el aseo personal no era su fuerte. Llevaba el cabello trenzado con mechones rebeldes sueltos. Una playera gris de diseño extraño, probablemente una prenda heredada de algún hermano mayor, pues la talla era más grande que su torso. El pantalón de pijama blanco arrastraba en el piso cubriendo buena parte de sus pies desnudos. A pesar de su aspecto, también supe que está mujer tenía demasiada seguridad en sí misma. Abrir la puerta sin siquiera preocuparse o pestañear por quien fuese que la viera en semejantes fachas, solo demostraba su gran confianza y falta de interés por la opinión pública.

𝕆𝕟𝕖 𝕊𝕙𝕠𝕥𝕤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora