Capítulo XXIV

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Sam González:

Ese maldito rubio perfecto me mintió, tiene dos días que sé la verdad, me ha buscado mucho, pero no dejo que él me encuentre.

Dijo que su nombre era Jack Anderson, que era turista y que trabajaba para el señor Estados Unidos, dijo que venía de Australia. Pero todo  fue una jodida mentira.

Su nombre es Australia, sí es turista pero se quedará mucho tiempo, no trabaja para Estados Unidos, es su hermano, y no vino de Australia, EL es el representante de Australia.

Esto es increíble, no tengo la menor idea de que hacer, le dije mi nombre, me arriesgué a estar junto a él sin saber que podía irme a la cárcel si el decidía decirle a México que era una ladrona...  Aunque no entiendo por qué no le dijo nada a Méx...

En fin. Seguirá siendo un misterio sin resolver.

La tarde que descubrí todo, corrí, corrí mucho con Ja... Australia detrás de mí gritando que parara, que quería hablar. No me detuve. Pero él me atrapó.

— ¡Mierda, Sam! ¡Por favor! Quiero hablar contigo. Todo lo que te dije fue verdad, por favor, escucha.

Él no dejaba de balbucear, pero yo estaba muy exaltada como para escuchar, sentí un nudo en mi garganta, mis ojos picaban y quería echarme a llorar.

— ¿¡Que mierda vas a explicar!? ¿Que quieres decirme? ¿Que me viste la cara de estúpida? No quiero escuchar nada, Jack... O como sea que te llames. Traicionaste mi maldita confianza. — mi voz se quebraba y el se mantenía parado en su lugar con los ojos rojos, las lágrimas amenazaban con salir de su rostro.

Pero no podía perdonar eso tan fácilmente, no sabía cómo reaccionar.

— Lo siento, yo... No quería agradar solo por mi identidad...

Entonces entendí al chico, cualquier persona famosa debe pensar que los que no somos famosos o reconocidos queremos estar con ellos solo por fama, por un momento entendí su inseguridad, pero debió confiar en mí. Yo no soy una persona superficial.

— Entonces tú piensas que soy una maldita superficial. Joder, Australia. Debiste confiar más... — dije con decepción y dolor en mi voz, no estaba para lidiar con esto. — Tengo que irme.

Y me fui sin decir nada más, el no me siguió, se quedó ahí parado, no quise mirar atrás, sabía que si miraba atrás me iba a lastimar, no quería ver esos bellos ojos azules inundarse de lágrimas. Pero lo hice, miré atrás y efectivamente, me destrozó el corazón verlo ahí parado mirándome, deseando que yo volviera, me dolió, pero me amarré bien los pantalones y salí de ahí.

Después de unos minutos llegué a mi feo apartamento, mi hermano estaba en la cocina preparando alguna de sus mortales comidas.

— Hola, Sam. Estoy preparando arroz. — dijo mi hermano orgulloso.

Me acerqué para ver el arroz que estaba preparando, ya estaba quemado.

— Esa cosa está más quemada que tú, Mau.

El bufó y miró el arroz quemado con lástima, se quedó en silencio unos segundos y luego me analizó.

No digas nada, Mauricio, por favor.

— ¿Que te pasó? Te ves muy demacrada.

Maldito insensible de mi hermano mayor.

— Tu te ves de la mierda siempre y no te lo digo. — murmuré sentándome en la barra.

— ¿Un tequilita? — dijo ignorando lo que le dije antes.

Negué con la cabeza y el se encogió de hombros. — No importa, yo sí quiero.

TU, YO Y LA LOCURA DEL AMOR.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora