Capítulo XXXIII

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México:

Habían pasado cinco días y yo me quedé sólo con la familia de Estados Unidos, incluso Francia se quedó allí, estábamos a punto de despedirnos, pues Nueva Zelanda iría a Oceanía, Australia se había marchado el día anterior después de decirme que había hecho lo correcto y que Sam y él ya no tenían nada que ver, estaba destrozado pero prefirió irse de vuelta a su vida normal, Francia iría a su territorio, y Canadá Estados Unidos y yo iríamos a América.

Todos los demás se habían ido a sus territorios, pues algunos ya habían estado mucho tiempo fuera, Perú y Estados Unidos sufrieron mutuamente al momento de despedirse, y bueno, no voy a negarlo, también yo sufrí cuando me alejé de Colombia, oh vamos, la vería en poco tiempo, estaba seguro, pero estaba en un momento en el cual la dopamina me tenía invadido, espero que a ella igual.

Después de horas de espera, los norteamericanos viajamos de vuelta a nuestros territorios, yo a mi territorio y los hermanos a el territorio de Estados Unidos.

No pasé mucho tiempo en la capital, moría por volver a la cabaña donde siempre me la pasaba antes, en la cabaña donde comenzó todo, y hey, no todo era horrible, al menos ya no iría sólo a las terapias con ONU, tal vez sonaba cruel pero tendría a más acompañantes gracias a los últimos incidentes, Canadá por ejemplo, no estoy feliz de que estén mal, sólo un poco ¿Tranquilo? De tenerlos cerca aunque sea en citas a psicología.

Pasé una semana en mi cabaña, todos los días fumando en el porche, bueno, no todos los días, pero si salía a fumar al porche, alimentaba a los animales que habían en la zona, ellos me amaban, era sorprendente pero sabían que no era un cazador y se acordaban de mi, arreglé varias cosas que ya estaban jodidamente rotas e hice mis actividades favoritas como asar carne un fin de semana para mí sólo. Entonces, era domingo, me encontraba frente a mi asador hablando conmigo mismo como siempre, imaginando peleas que nunca pasaron, o peor aún, imaginando combates que hubiese hecho en peleas pasadas.

— ¡Mierda, debo dejar de pisar éste sitio! — se quejó una voz femenina.

Sonreí detrás del asador y supe de inmediato quien era, increíble.

Ella estaba frotando su tobillo otra vez, al parecer seguía ahí la trampa que le tendí alguna vez.

Suspiré al ver ese cabello castaño ondeante que tanto amaba, sus castaños ojos hicieron contacto con el verde de los míos y me sentí feliz.

Joder, ésto era mucho.

Creí que nunca me iba a enamorar, pero a fin de cuentas el amor estaba mas cerca de lo que creía, solo bastaba mirar al orizonte para toparme con aquella mujer de cabello castaño y ojos cafés, jamás me sentí tan lleno de vida y tan completo que cuando descubrí el verdadero amor en la persona que menos imaginé.

Era un sentimiento muy bello, me llenaba el alma y me hacía sonreír, era perfecto, no esperé encontrarla ahí, aunque debí suponerlo, ella más que nadie me conocía y sabía cuánto me gustaba esa cabaña, así que... al no encontrarme en la capital, supo a dónde ir, y eso me ponía tan feliz.

— Lo siento, cariño, debí tapar ese hoyo. — me desculpé yendo a su encuentro.

Colombia sonrió y ladeó la cabeza, puso sus manos detrás de mi nuca y dijo:

— Con que me llamas cariño ¿Eh?

Reí y negué con la cabeza mientras pasaba mis manos por su cintura.

— ¿Te molesta? — pregunté acortando la distancia entre su boca y la mía.

Ella negó con la cabeza y dejó un suave beso en mis labios.

TU, YO Y LA LOCURA DEL AMOR.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora