TU, YO Y LA LOCURA DEL AMOR.

Capítulo XXXII

Canadá:

Al dejar a Australia sólo en el cementerio con esa chica, caminé sola por las calles de Londres, muchos recuerdos comenzaron a golpearme, no sentía la lluvia deslizarse por mi rostro, y tampoco sentía el frío acariciar mis brazos descubiertos, me sentía sola y no deseaba volver a casa, caminé por la ciudad durante horas, recordando varios momentos cuando era pequeña y con mis hermanos papá nos sacaba a dar paseos, creo que ninguno de nosotros valoró lo suficiente, ese fue nuestro error, pero claro, al crecer sabiendo que seremos eternos, se nos olvida que algunas veces esa regla falla y algún día todos terminaremos muertos.

Habían banderas por todas partes, indicando el luto por mi padre, todo lo que pasamos en estos meses fue terrible, desde que me sacaron en mi casa hasta la muerte de papá, todo había sido desastroso y quería olvidar, comencé a deambular por varios sitios en la ciudad y no podía evitar recordar todo lo malo que me había sucedido, y las cosas no terminaban, mi respiración comenzó a acelerarse, incluso comenzaba a marearme y ver borroso, supe que debía volver a mi casa de Londres, entonces emprendí el camino lo más rápido posible, intentando no caer en el camino, admito que choqué con varias personas al encontrarme desorientada, sin embargo nada fue grave, recibí malas miradas y algunos insultos, incluso disculpas, pero seguí caminando, hasta que entendí que no podría llegar a mi casa, entonces me apoyé en la pared de una tienda de alguna de esas calles, sentía que en cualquier momento terminaría inconsciente, ahora sí sentía el frío por todas partes, pero en un momento inesperado sentí en mi hombro un tibio toque que me transmitió tranquilidad, miré sobre mi hombro y encontré entre mis rojos cabellos una mano blanca como la nieve canadiense y grande, a pesar de ser tan blanca, no era frío su toque, pues como ya dije, transmitía calor y tranquilidad. Poco a poco fui girando sobre mi propio eje para poder ver a la persona que me tocaba, poco a poco fui observando que esa persona llevaba una bufanda color roja, mis ojos viajaron hasta su cara y entonces encontré a quien menos esperaba: Ukraine.

— ¿Estás bien? — preguntó con una sonrisa genuina de boca cerrada.

Asentí un poco desorientada y miré a mi alrededor y sentí como los mareos disminuían, aunque tuviera enfrente a Ukraine, ya sólo quería volver a casa.

— Lo estoy, yo... iba de camino a casa. — le respondí aún confundida.

— Entiendo, no te ves bien, Candy, déjame invitarte un café. — me dijo sonriente y me tendió su mano.

Sonreí aún intentando asimilar lo que sucedía y tomé su mano, tal vez lo que necesitaba era una distracción, y me parecía muy eficaz tener a ese chico enfrente mío, transmitía tantas buenas emociones cuando sonreía, sin embargo, al estar serio, daba miedo estar junto a él, como su hermano Rusia, pero como ya dije, al sonreír parecía ser un niño pequeño, justo como su hermanita Bielorrusia.

Caminamos dos cuadras hasta llegar a una cafetería que por desgracia conocía de memoria, una vez más varios recuerdos inundaron mi mente, pero ésta vez no me dolieron, al contrario, sonreí y seguí caminando.

Ukraine intentó ser la mejor compañía, yo no paraba de quejarme de todo lo malo que nos sucedía y el no paraba de ser optimista y contagiarme su alegría, era increíble como alguien podía ser tan importante y tener ese poder en su sonrisa.

— ¿Cómo están tus hermanos? — me preguntó mientras daba vueltas a su café.

Tomé un sorbo a mi café americano y suspiré.

— Todos estamos mal, Ukraine, pero considero que Australia está más afectado, se siente culpable. — confesé intentando no romper en llanto, sólo quería un rato tranquilo lejos de la tristeza.

El ojiazul asintió poco a poco y deslizó su mano por la superficie de la mesa hasta llegar a tocar mi mano, apretó mi mano de una manera reconfortante y sentí su calor cubrir como una manta mi mano fría.