Secuestro doble...o triple.

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Me revolví en las ataduras de la silla. ¿Dónde mierda estaba? No lo sabía.

Mis pensamientos se dirigían una y otra vez hacia mis compañeros, incluído Blake. Todos ellos me habían asegurado de que estaba completamente vigilada.

¿Qué había pasado con ellos para yo estar secuestrada? Debería haber pasado algo increíblemente malo para que no se hubieran dado cuenta.

Además, no sabía cuanto tiempo había pasado desde que estaba aquí. Y lo único que recordaba era haberme desplomado sobre el asqueroso colchón con la fea y sexy cara de Dylan delante de mí.

Mientras examinaba la mesa por si había algo útil, noté que una de las cuerdas de mi mano estaba un poco suelta. Sonreí al darme cuenta de que quizás podía salvarme.

Durante un rato, estuve manipulando las cuerdas como Dylan nos había enseñado entre clase de mecánica y cocina. A veces hacíamos cosas útiles más que aprender a hacer pasteles.

Una de las cuerdas se deslizó desde mis muñecas hasta el suelo. Llevé mi mano libre hasta mis ojos. ¿En serio habían servido los estúpidos trucos de Dylan?

Reaccioné rápidamente desatando mi otra muñeca. Las tenía en carne viva. Lo siguiente fueron los tobillos.

Me levanté con cuidado y me acerqué a la mesa. Agujas, líquidos de colores y un par de guantes quirúrjicos. ¿Su tortura iba a ser un tatuaje? Porque no se me ocurría otra cosa que se pudiera hacer con eso.

Ignoré coger nada de la mesa y empujé la puerta. Tras un rato viendo que era imposible abrirla, apoyé mi espalda y miré hacia la ventana. La ventana.

Me puse de pie dirigiéndome hacia ella. La empujé encontrándomela abierta y sin barrotes. Tenía el espacio suficiente para que pudiera por ella.

Acerqué la silla hasta quedar pegada a la pared. Me subí a ella y me impulsé hacia arriba. Mi hombro rozó con la parte superior pero presioné notando dolor.

No había dolor que valiera si con ello conseguía escapar. Lentamente me arrastré fuera de aquel sótano que olía a humedad.

Permanecí unos segundos tumbada en la hierba. Tenía la tranquilidad de que estaba entre unos arbustos que me ocultaban mientras recuperaba algo de fuerza.

En cuanto me sentí lo suficientemente recuperada, me agaché junto al arbusto inspeccionando los alrededores.

Estábamos en una casa antigua de madera. Parecía una mansión victoriana de las que puedes encontrarte un fantasma sentado en el sofá viendo la televisión.

Rodeé la casa aprovechando la falta de vigilancia alrededor de ella y me dirigí corriendo hacia el bosque. Justo en dirección contraria al muelle detrás de la mansión.

Tras correr y correr lo que me había parecido una eternidad, me apoyé en uno de los árboles de aquel bosquea descansar. Cerré los ojos buscando aire para respirar. La carrera había sido agotadora.

Un amor de campamento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora