Las almas destinadas son unidas por un lazo invisible que perdura hasta el fin de los tiempos. Viven varias vidas buscándose, estirando el hilo, enredándolo, hasta encontrarse.
En medio de la oscuridad, emerge una criatura enorme, espléndida, feroz...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Al momento de salir al campo, los Pacificadores siempre colocan un campamento base en un área estratégica. Según las ubicaciones de las Zonas Rojas, donde el terreno sea alto y que esté cerca de un bosque o un lugar anteriormente poblado, usando las edificaciones abandonadas a su favor si entraban en acción. En pocos casos utilizaban los cerros, ya que se descubrió que los carnívoros tipo Lobo también los utilizaban.
Colocaban una carpa especial en el medio para los sobrevivientes que encontraran en el camino. Usualmente no pasaban de ser cinco, máximo seis por pueblo o ciudadela en formación, y esos eran casos muy raros.
En la mayoría abundaban solo los cadáveres y ni siquiera encontraban los cuerpos enteros, enterrando los pedazos en una fosa común.
Los centinelas eran de vital importancia a la hora de salir. Cada cuatro horas hacían un cambio y patrullaban en los alrededores para que no fueran tomados desprevenidos por carnívoros, o en todo caso, por cazadores. Se encargaban de tirar una bengala de humo como señal, cuyos colores variaban dependiendo de la amenaza:
Para los cazadores era una señal distinta: emitían una señal mediante un mensáfono a todas sus unidades.
Los más experimentados ya sabían el riesgo al que se exponían al salir de los muros de contención, aceptando un pacto con la muerte.
Sin embargo, unos cuantos de los recién integrados tenían ciertos problemas con cumplir con lo último. Aceptarían cualquier área para cumplir de los pacificadores, pero si les tocaba montar guardia, irían con el pensamiento de que eran simple carne de cañón para que los demás pudieran escapar.
Claro, esa era su realidad cuando iban a patrullar. Pero no todos eran capaces de admitirlo.
—¿Cómo lo ves? —preguntó un joven centinela a su compañero mayor, mientras observaban con los binoculares.
Su compañero tardó un poco en responder. Le escuchó suspirar.
—Nieve y más nieve.
—Al menos eso es bueno —suspiró también—. Si fueran carnívoros sería otra historia.
—Estamos preparados —bajó los binoculares para mirarlo—. Recuerda tu entrenamiento.
—Sí. Pero sigo sin sentirme a gusto de ser el primer plato de esos salvajes por una bengala.
Su compañero rodó los ojos. No era la primera vez que lidiaba con uno de su tipo.
—Es nuestro deber —respondió con voz enseriada. Se dirigió a unas rocas entre los árboles, y se sentó en la más grande. Observó a su joven compañero irritante de arriba a abajo con ojos frívolos, carentes de emoción—. Deberías de saberlo al momento en que te uniste a nosotros. Ser un pacificador conlleva a sacrificarse para el bien de nuestra especie y supervivencia. Nuestro trabajo vale mucho para las familias que están detrás de los muros. Jóvenes como tú deben estar orgullosos de ser aceptados.
