Las almas destinadas son unidas por un lazo invisible que perdura hasta el fin de los tiempos. Viven varias vidas buscándose, estirando el hilo, enredándolo, hasta encontrarse.
En medio de la oscuridad, emerge una criatura enorme, espléndida, feroz...
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La grisácea luz diurna chocó contra sus párpados cerrados. Los apretó un poco más antes de soltar un quejido débil. Quería seguir durmiendo, levantarse para correr las cortinas y regresar a la comodidad de la cama. Su cuerpo lo sentía pesado, tan agotado. Dormir todo el día le haría bien.
Sin embargo, un pensamiento cortó con todo deseo de caer rendido ante su cansancio.
Debía ir a buscar a HongJoong para ir juntos a trabajar. Seguramente ya lo estaba esperando, y YunHo a ambos.
Abrió sus ojos lentamente y con un esfuerzo extraño, él no tenía problemas en despertarse al instante. Solamente pudo levantar los párpados hasta la mitad. Los colores claros le marearon la visión. Parpadeó un poco para acostumbrarse al raro ambiente en el que estaba, percatándose que era un cuarto hospitalario. Con las cobijas blancas hasta el cuello dejando sus brazos a la vista, cubiertos por mangas largas celestes. A la derecha descansaba un biombo cerrado, una segunda cama se hallaba en la habitación, pero estaba vacía y bien arreglada. El pie de suero colocado al costado de la suya con el líquido incoloro colgando de la bolsa, siendo transportado por el tubo fino hasta el dorso de su mano. Un pasillo pequeño llevaba al baño, y a su izquierda la culpable de su despertar; la ventana de persianas bajas entreabiertas enseñando cuán nublado estaba ese día. La puerta de la habitación estaba cerrada.
Era el hospital de la ciudadela.
YeoSang tardó un momento en recordar cómo había llegado hasta ahí. Las imágenes de la noche golpearon su cerebro llegando de manera atropellada. Su corazón empezó a latir más rápido a causa del enfado, al mismo tiempo en que volvió a cerrar los párpados con mayor fuerza para apreciar mejor esa pequeña película. Le dispararon en el hombro y en el muslo, con razón sentía dormidos esos lados. La pérdida de sangre lo debilitó y terminó por desmayarse cuando los soldados los rodearon ordenando bajar del vehículo. La voz de YunHo pidiendo auxilio para él fue lo último que oyó.
Debería sentirse aliviado por vivir, por seguir respirando gracias a los doctores que lo atendieron y a la suerte que estuvo de su lado. Pero contradiciendo a ello, YeoSang quería morir.
Había dejado que los cazadores se llevaran a HongJoong, su protegido por decisión propia y un amigo que tal vez nunca más podría encontrar en el mundo. Lo peor, que había vuelto a fallarle a un ser cercano, a YunHo, cuando prometió luchar para no dejar que sucediera.
Un suspiro helado salió de sus labios abriendo los párpados de nuevo con la mirada un poco borrosa, y YeoSang se sintió ridículo por un instante.
No había llorado por nadie en años después de la partida de la persona que más amó en el mundo, a diferencia de que esas lágrimas acumuladas eran de impotencia. Con su mano izquierda frotó sus ojos sin tener una pizca de delicadeza para evitar que cayeran, sintiendo en el proceso un pedazo de gasa sobre su mejilla derecha pegado con esparadrapos. Tragó saliva y contó hasta cien lentamente para calmarse.
