El juramento inquebrantable

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Capítulo 23

Una vez más la nieve formaba remolinos tras las heladas ventanas; se acercaba la Navidad. Como todos los años y sin ayuda alguna, Hagrid ya había llevado los doce árboles navideños al Gran Comedor; había guirnaldas de acebo y espumillones enroscados en los pasamanos de las escaleras; dentro de los cascos de las armaduras ardían velas perennes, y del techo de los pasillos colgaban a intervalos regulares grandes ramos de muérdago, bajo los cuales se apiñaban las niñas cada vez que Harry pasaba por allí.

Eso provocaba atascos en los pasillos, pero, afortunadamente, en sus frecuentes paseos nocturnos por el castillo Harry había descubierto diversos pasadizos secretos, de modo que no le costaba tomar rutas sin adornos de muérdago para ir de un aula a otra.

Ron, que en otras circunstancias se habría puesto celoso, se desternillaba de risa junto a Andrea cada vez que Harry tenía que tomar uno de esos atajos para esquivar a sus admiradoras.

Sin embargo, a pesar de que Andrea prefería mil veces a ese nuevo Ron, risueño y bromista, antes que al malhumorado y agresivo compañero que había soportado las últimas semanas, no todo eran ventajas.

En primer lugar, Andrea tenía que aguantar junto a Harry, con frecuencia la presencia de Lavender Brown, quien opinaba que cualquier momento que no estuviera besándose con Ron era tiempo desperdiciado; y, además, ambos se hallaban otra vez en la difícil situación de ser la mejor amiga de dos personas que no parecían dispuestas a volver a dirigirse la palabra. Ron, que todavía tenía arañazos y cortes en las manos y los antebrazos provocados por los belicosos canarios de Hermione, adoptaba una postura defensiva y resentida.

—No tiene derecho a quejarse, porque ella se besaba con Krum —les dijo a Andrea y a Harry —. Y ahora se ha enterado de que alguien quiere besarse conmigo. Pues mira, éste es un país libre. Yo no he hecho nada malo.

Harry colocó su mano sobre el hombro de Andrea que estaba dispuesta a maldecirle por el comentario. Como estaban decididos a seguir siendo amigos de los dos, no tenían más remedio que morderse la lengua cada tanto.

—Yo nunca le prometí nada a Hermione —farfulló Ron—. Hombre, sí, iba a ir con ella a la fiesta de Navidad de Slughorn, pero nunca me dijo... Sólo como amigos... Yo no he firmado nada...

Andrea fingió estar enfrascada en la lectura tratando de calmarse, consciente de que su amigo la estaba mirando, volvió una página de La búsqueda de la quintaesencia, libro que tenía que leerse para encantamientos.

La voz de Ron fue reduciéndose a un murmullo apenas audible a causa del chisporroteo del fuego, aunque a Andrea le pareció distinguir otra vez las palabras «Krum» y «que no se queje».

Hermione tenía la agenda tan llena que Andrea sólo podía hablar con calma con ella por la noche, aunque, en cualquier caso, Ron estaba enroscado alrededor de Lavender y ni se fijaba en lo que hacían sus amigos. Hermione se negaba a sentarse en la sala común si Ron estaba allí, de modo que Andrea y, a veces Harry, se reunían con ella en la biblioteca, y eso significaba que tenían que hablar en voz baja.

—Tiene total libertad para besarse con quien quiera —afirmó Hermione mientras la bibliotecaria, la señora Pince, se paseaba entre las estanterías—. Me importa un bledo, de verdad.

Dicho esto, levantó la pluma y puso el punto sobre una «i», pero con tanta rabia que perforó la hoja de pergamino. Harry no dijo nada (últimamente hablaba tan poco que Andrea temía que perdería la voz para siempre), se inclinó algo más sobre Elaboración de pociones avanzadas y siguió tomando notas acerca de los elixires eternos, deteniéndose de vez en cuando para descifrar los útiles comentarios del príncipe al texto de Libatius Borage.

Andrea Bletchley y el príncipe mestizo ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora