El sepulcro blanco

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Capítulo 46

—El guardapelo es falso, Andrea— le repitió de nuevo Harry.

Seguía en la enfermería y sus piernas seguían sin hacerle caso. Habían tratado de andar aquella mañana, pero no había aguantado en pie ni en un segundo.

La señora Pomfrey le había proporcionado una silla de ruedas, para que pudiera salir un rato de la enfermería. Pero enseguida se sentía tan agobiada por las miradas que recibían, que obligaba a sus amigos a volverla a llevar a la enfermería. La gente conocía lo que había sucedido, pero Andrea dudaba que se todos lo hubieran creído.

Andrea volvió a mirar a Harry atónita, el sentimiento de impotencia incrementándose por segundos. Le acaba de decir por tercera vez que el Horrocrux que habían recuperado, ni siquiera era uno de verdad.

Lo habían sacrificado todo por nada. Andrea alcanzó la nota que Harry le tendía con la mano temblorosa.

Para el Señor Tenebroso.

Ya sé que moriré mucho antes de que leáis esto, pero quiero que sepáis que fui yo quien descubrió vuestro secreto.

He robado el Horrocrux auténtico y lo destruiré en cuanto pueda. Afrontaré la muerte con la esperanza de que, cuando encontréis la horma de vuestro zapato, volveréis a ser mortal.

R.A.B.

Andrea sin darse cuenta comenzó a llorar, todo lo que habían sufrido...había sido por nada.

Harry la rodeó con los brazos también desahogándose por primera vez y trató de tranquilizarla y de decirla que no había hecho nada malo.

Aunque ella le había pedido muchas veces disculpas por no haber podido superar a Voldemort en su mente y haber dejado que se hiciera con el control. ¿Quién sabría qué hubiera ocurrido si los mortífagos no hubieran entrado en aquel momento?

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Se suspendieron las clases y se aplazaron los exámenes. En los dos días siguientes, algunos padres se llevaron a sus hijos de Hogwarts; las gemelas Patil se marcharon la mañana después de la muerte de Dumbledore, antes del desayuno, y a Zacharias Smith fue a recogerlo su altanero padre.

Seamus Finnigan, en cambio, se negó rotundamente a acompañar a su madre a casa; discutieron a gritos en el vestíbulo, y al final ella permitió que su hijo se quedara hasta después del funeral. Seamus les contó que a su madre le había costado mucho encontrar una cama libre en Hogsmeade porque no cesaban de llegar al pueblo magos y brujas que querían presentarle sus últimos respetos a Dumbledore.

Los estudiantes más jóvenes se emocionaron mucho cuando vieron por primera vez un carruaje azul pálido, del tamaño de una casa y tirado por una docena de enormes caballos alados de crin y cola blancas, que llegó volando a última hora de la tarde —el día antes del funeral— y aterrizó en el borde del Bosque Prohibido.

Andrea, desde una ventana, vio a una gigantesca y atractiva mujer de pelo negro y piel aceitunada que bajaba los escalones del carruaje y se lanzaba a los brazos del sollozante Hagrid.

Entretanto, iban acomodando en el castillo a una delegación de funcionarios del ministerio, entre ellos el ministro de Magia en persona. Andrea evitaba con diligencia cualquier contacto con ellos, aunque estaba segura de que, tarde o temprano, volverían a pedirles a ella y a Harry que relataran la última excursión de Dumbledore.

Recuperó poco a poco la movilidad de sus piernas, y cuando fue capaz de apañárselas con las muletas la enfermera la dejó salir de la enfermería. Los alumnos ya no se apartaban a su paso, pero si notó que algunos adultos la miraban con desconfianza.

Andrea Bletchley y el príncipe mestizo ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora