Horrocruxes

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Capítulo 37

—¿Estás bien? —le preguntó Harry tras cerrar la puerta.

—Sí, claro—contestó automáticamente Andrea mientras comenzaba a andar y él la seguía.

Mientras caminaba lentamente en dirección al castillo, Andrea notaba cómo se le iba pasando el efecto del Felix Felicis. La puerta de entrada había permanecido abierta para ellos, pero en el tercer piso encontraron a Peeves y tuvieron que tomar un atajo para evitar que el poltergeist los detectara. Cuando llegaron ante el retrato de la Señora Gorda y se quitaron la capa invisible, no le sorprendió que ella no se mostrara dispuesta a ayudarlos.

—¿Qué horas son éstas de llegar?

—Lo sentimos —murmuró Harry— tuvimos que salir a hacer un recado muy importante.

—Pues mira, la contraseña cambió a medianoche, así que tendréis que dormir en el pasillo. ¿Qué os parece?

—No lo dirá en serio, ¿verdad? —preguntó Andrea cansada— ¿A santo de qué ha cambiado la contraseña a medianoche?

—Esto es lo que hay —repuso la Señora Gorda—. Si no os gusta, id y contárselo al director. Él es quien ha endurecido las medidas de seguridad.

—Fantástico —dijo Harry mirando el duro suelo del pasillo—. Genial, de verdad. Y por supuesto que iría a contárselo a Dumbledore si estuviera en su despacho, porque él fue quien quiso que nosotros...

—Está aquí —confirmó una voz a sus espaldas—. El profesor Dumbledore regresó al colegio hace una hora.

Nick Casi Decapitado se deslizaba hacia ellos mientras la cabeza le bamboleaba sobre la gorguera, como de costumbre.

—Lo sé por el Barón Sanguinario, que lo vio llegar —añadió—. Según me dijo, parecía de buen humor aunque un poco cansado.

—¿Dónde está? —preguntó Andrea con el corazón acelerado.

—Pues gimiendo y haciendo ruido de cadenas en la torre de Astronomía. Es su pasatiempo favorito.

—¡Dónde está Dumbledore, no el Barón Sanguinario!

—Ah... En su despacho. Por lo que dijo el Barón, creo que tenía unos asuntos que atender antes de acostarse.

—Sí, ya lo creo —dijo Harry, emocionado ante la perspectiva de contarle al director que habían conseguido el bendito recuerdo.

Tomó a Andrea de la mano, se dieron la vuelta y salieron a todo correr ignorando a la Señora Gorda, que les gritó:

—¡Volved! ¡Está bien, era mentira! ¡Me ha fastidiado que me despertarais! ¡La contraseña sigue siendo «Lombriz intestinal»!

Pero Andrea y Harry ya corrían por el pasillo y pocos minutos más tarde el chico decía «¡Bombas de tofee!» ante la gárgola de Dumbledore, que se apartó y dejó que se montaran en la escalera de caracol.

—Adelante —dijo el director cuando Andrea llamó a la puerta.

Su voz denotaba agotamiento. Los dos entraron en el despacho, que estaba igual que siempre, aunque con un cielo negro y salpicado de estrellas detrás de las ventanas.

—Caramba, chicos —se sorprendió Dumbledore—. ¿A qué debo el honor de esta tardía visita?

—¡Lo tenemos, señor! —exclamó Harry—. Tenemos el recuerdo de Slughorn.

Sacó la botellita de cristal y se la mostró al anciano profesor, que por un instante se quedó atónito, pero enseguida esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

Andrea Bletchley y el príncipe mestizo ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora