CAPÍTULO 1: El coraje para huir

428 15 0
                                    

— Narra Lina—

Esa persona que me adoptó me dedicó una mirada asesina. Si bien ya estaba acostumbrada a ellas, pero había algo en esta que me advertía que no era igual a las anteriores.

Corre, dijo una vocecita en mi mente.

Hice caso y subí las escaleras de dos en dos. Llegué a mi cuarto y enseguida puse el pestillo. Sentía el corazón en la garganta.

— ¡LINA ANETTE! —Gritó mi "madre" golpeando la puerta—. ¡SAL AHORA MISMO!

— ¡NO! —respondí con el mismo tono.

Me senté en el borde de mi cama, con lágrimas de furia en mis ojos.

Esa era la rutina de todos mis días. Mi madre gritándome, mi hermano molestándome y mi padre soltándome todo tipo de insultos en la cara. Se repetían los hechos de tal manera, que me terminaba cansando siempre de lo mismo...

Creo que no se necesita mencionar nada más que esa horrible rutina para poder decir que mi vida es un total asco.

— ¡Te doy diez segundos para que salgas de ahí! —Anunció severamente— Si no, tu padre la abrirá a la fuerza.

Abro los ojos más de lo normal y me levanto rápidamente. Algo era claro: pude hacer enojar a mi madre como nunca antes y eso significaba que me castigarían como nunca antes.

Y yo no estaba dispuesta a asumir esa terrible consecuencia.

Durante varios días estuve pensando en dejar esta "dictadura" en la que vivía, olvidarlo todo y moldear una nueva forma de vida, en la que yo pueda ver por mi misma lo que necesito y lo que no. Yo no me consideraba rebelde, pero en ocasiones hay que reconocer que es necesario serlo.

"¡Es ahora o nunca!" pensé con nerviosismo.

— 1, 2, 3, 4...

Agarre del suelo la mochila que había alistado hace un par de días, me la cuelgo al hombro y me acerco a la ventana.

— 5, 6...

Mis manos temblaban como nunca antes y me costaba un montón poder abrir la ventana. Por más que jalaba no cedía.

— 7, 8, 9...

Insistí un poco más. Me dolían los dedos de tanta presión, pero le hice el más mínimo caso. Lo que era esencial ahora era escapar.

— ¡10!

La ventana termino abriéndose y sin pensarlo dos veces, sin mirar atrás, sin importarme algo, me lancé hacia el exterior a través de ésta. Caigo sobre mi hombro en el húmedo césped del patio, me incorporo con dificultad y echo carrera hacia la pequeña cerca que separaba el territorio de la casa con la calle. Oigo a lo lejos maldecir a mi padre y salir por donde yo lo hice hace unos segundos.

Maldición... ¡Huye!

Salté con agilidad la cerca de madera y continúo corriendo lo más rápido que puedo. Sabía que mi padre no tenía mucha resistencia y terminaría cansándose... Pero... ¿Y si usaba el auto?

Llegué a una esquina con respiración agitada, volteo a todas partes, tratando de buscar algún escondite. Al fin localicé un callejón a una cuadra de distancia. Apresuro mi paso hasta llegar a éste... Me recargo contra la pared, tratando de recuperar el aliento.

Escucho unos pasos acercándose y su voz masculina diciendo mi nombre, como si fuera su mascota que se escapó de casa.

Decidí cambiar de escondite y me oculto atrás de unos contenedores de basura. Olía horrible, pero era mejor que cualquier otra cosa. Tapándome la nariz con asco, me asomo por el borde de éstos. Vi a mi padre pasar de largo y una sensación de alivio me recorrió por todo el cuerpo. Me dejo caer por la pared, hasta sentarme en el piso.

Al fin... Al fin me libre del propio infierno.

[...]

Han pasado los días de forma veloz desde que dejé a mi familia.

¿Cómo me estoy ganando la vida? Pues sencillo, como cualquier otro vagabundo de la calle.

En mi mochila alistada previamente, llevaba lo que consideré importante para no parecer una desgraciada: comida, un poco de ropa, más comida, agua y dinero que conseguí ahorrando.

Para que hubiera menos probabilidades de que me volvieran a encontrar, traté de alejarme del centro y de donde vivía. Caminaba un poco más hacia las afueras de la ciudad, o eso creía yo.

Pero, como era de esperarse, poco a poco se me fue acabando todo lo que tenía. Me estaba desesperando demasiado y no sabía qué hacer. Nunca pensé que sería tan difícil llevar una vida sola... Sin embargo, no volvería con mi familia... Ni en sueños. Prefiero morirme antes de eso.

Ahora me encontraba en las afueras de Madrid. Si, recorrí bastante distancia y aún planeaba ir más lejos.

En un día nublado, me dolía tremendamente la cabeza, era tan insoportable que decidí pedir caridad con algún medicamento o refugio a distintos departamentos y casas. Pero simplemente ponían pretextos o excusas para no hacerlo.

Estaba consciente de que era peligroso lo de pedir refugio, porque era una "simple niña" contra muchas malas intenciones de algunas personas.

Pero, llevaba conmigo algo más valioso, algo que siempre saldría a mi defensa. Así que, con mi fe puesta en eso, me sentía capaz de afrontar casi todo.

Estaba recorriendo un pasillo de un edificio de departamentos, cuando mi vista se volvió borrosa y todo me daba vueltas por el dolor...

No podía seguir caminando, así que intente por última vez en una puerta de al fondo. Toque sin energías, para encontrarme luego de unos segundos a un chico súper alto, de ojos color entre verde y marrón. Y apuesto.

— ¿Dígame? — preguntó con curiosidad, ladeando un poco su cabeza.

— Y-yo...

De repente, todo se pintó de negro.

Encanto Inexperto (Fanfic Rubius) (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora