CAPÍTULO 48: Amnesia

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Caminaba por la banqueta decorada de adoquines rojizos, con los audífonos puestos escuchando a Imagine Dragons. Ahora que ya no tenía un lugar, tenía que arreglármelas de nuevo, tal y como lo hice hace unos cuantos meses.

Dicen que decir adiós es lo más doloroso, y que después de haberte ido todo luce mejor. Pero yo no dije "adiós", ni mucho menos la situación me favorecía, así que, desgraciadamente, aquella idea no podía sanar mi dolor.

Era un día nublado, como en las películas en los momentos tristes. Si hicieran una película de mi vida, ¡demonios! ¡Tendrían mucho material con el cual trabajar!

Llevaba encima un sentimiento de luto, una sensación de pérdida. Y cómo no, si me alejaron de lo que más había logrado amar en mi vida.

No estaba muy convencida de lo qué creer. No podía estar segura de si Lizbeth mentía o no, o de si Rubén realmente pasó de mí y nunca me amó como una vez lo demostró.

El cielo tronó, dando inicio a una llovizna.

  — Más drama no se puede —dije en voz baja, metiéndome en un local de café para refugiarme.

De pasada pedí un café negro para el sueño y el frío.

Durante todo el día estuve pensando en las opciones que el mundo me ofrecía. Bien, podía ir lejos y dejar lo demás al destino, o buscar algún sitio en donde sentar cabeza. Enseguida pensé en Willy, y me pareció una magnífica idea, pero me daba algo de pena decirle.

Tomé mi celular y lo encendí. Busqué el contacto de mi mejor amigo y luego de pensarlo mucho, le marqué.

Al segundo timbrazo contestó.

  — ¿Dónde estás, tía?

  — Hola Guille —saludé, con voz temblorosa.

  — ¿Qué, qué pasa? —dijo algo alarmado ya —  ¿Dónde estás? —insistió.

  — ¿Puedo ir contigo, a lo Ángeles? —pregunté, ya sollozando.

  — Claro que sí, Lina. ¿Quieres que vaya a Madrid por ti?

  — No, no —le tranquilice, sonándome la nariz con una servilleta—. Yo me encargo de todo, tú solo recógeme allá.

  — ¿Segura?

  No pude evitar reírme.

  — ¿Acaso ya olvidaste que tengo todas las posibilidades en la palma de mi mano?

[...]

Antes de que terminara el día, ya tenía mi boleto y la seguridad de que en una hora estaría camino a los Ángeles, muy lejos de aquí.

Cuando por fin subí al avión, sentí una paz interior pequeña... pequeña, pero era paz.

[...]

  — ¿Y qué tal el viaje?  —preguntó el chino, sirviéndome zumo de naranja.

Después de trece horas, por fin estaba en Los Ángeles, ya más tranquila y con algo de esperanza.

  — Muy largo —respondí tomando un sorbo—. Pero también pude descansar todo lo que no hice ayer.

  — Imagino que sí —se sentó enfrente de mí para luego mirarme fijamente—. ¿Qué pasó?

Suspiré, algo triste.

  — Fueron dos días de locura. Discutimos por algo tonto y de pronto me cuestionaba sobre mi pasado —me abracé a mí misma, volviéndome pequeña—. Dijo que había estado a punto de besarme y eso cayó como agua fría —cerré mis ojos. Me dolía la cabeza—. Luego Lizbeth estaba en casa y —se me atoraron las palabras en la garganta—... y me hizo sentir inútil. Llegó la policía y escapé...

Encanto Inexperto (Fanfic Rubius) (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora