Capitulo 4

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Una luz azul resplandeció fuertemente en la entrada principal del palacio imperial, los guardias que custodiaban la entrada se alarmaron y desenvainaron sus espadas apuntando hacia la luz preparados para atacar a las 3 figuras humanas posadas de una forma indiferente.

- ¡Identifíquense! – exclamo uno de los guardias.

- ¿Cómo te atreves apuntar tu espada hacia el Gran Duque Stansgate? – mencionaba Agustín con rigidez dispuesto a cortarle el brazo al guardia.

- ¿U-Usted es el Gran Duque Stansgate?, discúlpeme su alteza yo no sabía que fuera usted e-es que no me informaron de su llegada. - Hablaba de forma nerviosa al momento que guardaba su espada.

- Su alteza, lamento mucho que este teniendo esta escena tan deplorable.

Los ojos de Alexander se fijaron en aquel hombre encanecido que embozaba una sonrisa hipócrita hacia él.

- Primer ministro... ¿Cuánto tiempo estaré en las puertas del palacio? Le advierto que no me hace ninguna gracia el recibimiento de los guardias, no pasare por alto esta descortesía. - señalaba en modo de advertencia.

- Perdone su alteza, le aseguro que castigare en nombre del emperador a los guardias... si es usted tan amable podría acompañarme, ya que sus majestades desean verlo.

El Gran duque solo asiente y sigue al primer ministro por todo el palacio hasta llegar al salón donde el emperador recibe a sus visitantes con el más alto rango este es el caso de miembros de la familia imperial o allegados; para Alexander el palacio imperial no le parecía asombroso ya que este antes de que fuera un Stansgate fue un príncipe imperial nacido y criado por estos muros de marfil, así que conocía perfectamente el sitio, lo único que no podía negar era el hecho de lo elegante y sofisticado que estaba debido a los cuidados de la actual emperatriz su hermana mayor.

Un guardia abrió la puerta de madera dándole el acceso únicamente a Alexander dejando en la entrada al mayordomo y caballero del gran duque; al momento que este piso la habitación fijo su vista hacia la mujer de cabellera rubia y ojos zafiros que lo miraba de una forma instintiva mientras acariciaba al hombre soñoliento de las mismas características, Alexander se inclinó haciendo una reverencia.

- Gloria y bendiciones al sol y a la luna de Obelia, el gran duque Stansgate se presenta a su servicio sus majestades.

- Gran duque... no, ¡mi querido Lex! no sabes cuando he extrañado verte. – hablaba la emperatriz mientras corría a abrazarlo de una forma lasciva.

- Alexander, ¡¿acaso intentas humillar a tu emperatriz?! Ya que ni siquiera correspondes a sus afectos.

Alexander suspiro asqueado mirando de reojo a la mujer llevándola a sentarla entre sus piernas dándole caricias que descendían desde su pequeña cintura de esta, ella por su parte le daba ligeros besos con toques eróticos hacia él,

- Mi Lex, ¿Por qué no trajiste a la Gran Duquesa?, ¿O es que aún no supera la muerte de tu hijo? ¡Es una ridícula! Pero que podríamos esperar de una simple hija de un barón pobretón. - La carcajada que soltó lleno toda la habitación. - por eso te dije que no debías casarte con esa ramera de baja cuna.

- Rose, la ramera de baja cuna que dice tu linda boca es nada más ni menos que la gran duquesa tu cuñada la segunda mujer con más rango en toda Obelia, mi esposa. - Alexander la jalo hacia él, hablándole al oído con voz tenebrosa dándole besos en su cuello. - ¿sabes porque no la traje conmigo, Ross?

- D-Dímelo L-Lex. - respiraba con dificultad gracias a la excitación que le provocaba.

- Porque esta tan ocupada... limpiando la Casa Stansgate de la sangre y cuerpos desmembrados que yo mismo liquide a los estúpidos sirvientes que eran espías en nombre de mi amada Ross, mi hermosa emperatriz, mi gran perra de cama, en verdad querida ¿creíste que pasaría por alto tan maravillosa oportunidad?

- ¡Maldito osado!, ¡fuiste tú el que mato a todos los magos de mi torre mágica! - Rose se levantó temblorosamente del regazo de Alexander.

- No me sorprende, siempre supe que tú los habías matado, sin embargo, jamás podría reemprender en contra tuya, ya que te has quedado sin tu primogénito varón, el dios de Obelia te ha castigado. - decía el emperador dando una sonrisa sarcástica.

- Oh su majestad, me halaga escuchar eso, pero me sería más beneficioso tener la sangre de mi adorado sobrino Anastacius para aceptar su sinceridad.

la sonrisa burlonamente sarcástica de Alexander hizo estremecer a la emperatriz, mientras que el emperador apretaba la mandíbula en señal de furia.

- Es una broma su majestad, ustedes mismos saben que jamás mancharía mis manos con sangre de niños inocentes... bueno.

- Es una lástima que seas tan arisco, sé que tu esposa tuvo una hermosa niña créeme que debes educarla para que sea la próxima emperatriz, no debemos dejar perder nuestra descendencia real sea debilitada. - decía el emperador mientras cruzaba la pierna.

- Lex, no nos creas estúpidos, tú no puedes ocultarnos nada y más siendo nuestro pequeño hermano, tú al igual que nosotros hemos disfrutado mucho, ¿no es así?

- Agradezco su preocupación, pero como ustedes saben mi hija no le pertenece a ninguno de tus hijos emperador, si me disculpan debo retirarme para la reunión del consejo imperial, pero es una lástima que no hayamos tomado té, sus majestades.

Alexander cerró la puerta violentamente al salir de la habitación con pasos a presurosos siendo perseguido de su mayordomo y caballero, mientras este se limpiaba sus labios con un pañuelo sacado de su traje para después tirarlo por la ventana.

- Por su manera de actuar puedo ver que estaba presente la emperatriz. – comentaba el anciano.

- Esa perra estaba ahí, no sabes cuánto asco me da esa ramera manipuladora.

- Su excelencia debe contenerse recuerde que el palacio tiene oídos por todos lados, además la emperatriz asegura que el príncipe heredero es hijo de usted, esa mujer tiene el poder para arruinar el estatus de la Gran Duquesa.

- Eres gracioso anciano tu y yo sabemos que su excelencia dejo de acostarse con esa perra desde los 17 años cuando se casó con la señora...pasaron 7 años cuando la perra de la emperatriz quedo en cinta del príncipe heredero Anastacius, esa mujer solo desea tener a sus hermanos para ella misma, ¿recuerdas lo furiosa que estaba al enterarse que su excelencia se había casado con la señora?

- Suficiente Agustín, no me recuerdes cosas horrendas de esa mujer, ya había olvidado todo, entrare al consejo no se separen de este lugar es una orden.

Fin del capítulo. 

¡Debo sobrevivir del Tirano!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora