είκοσι δύο

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12 de Octubre, 9529 a. C..


Cuando por fin averigüé el paradero de NamJoon ya era mediodía. Sabía que no tenía que preguntarle a mi padre, porque con eso solo conseguiría enfurecerlo y no me diría nada nuevo, de modo que me decanté por sobornar a los guardias de palacio.
Claro que es más fácil decirlo que hacerlo, porque la mayoría no sabe nada de nada y los que sí están al tanto temen la ira de mi padre y prefieren callar.

No obstante, conseguí las respuestas que buscaba. Mi hermano estaba en los subterráneos del palacio, donde se retenía a los criminales de peor calaña: violadores, asesinos, traidores…
Y un joven príncipe a quien su padre odiaba por la única razón de haber nacido.
No me apetecía bajar a un lugar donde se escuchaban los gritos y los lamentos de los condenados, donde se olía el hedor de su carne putrefacta a causa de las torturas. Solo la certeza de que NamJoon estaba allí me dió el valor necesario para hacerlo.
Estaba convencida de que si le hubieran dado la oportunidad de escoger, él tampoco estaría allí.

Descendí por tortuosos pasillos, arrebujada con el manto para mantener el calor. Allí abajo reinaban la humedad y el frío. La oscuridad. El rencor. La antorcha que llevaba conmigo apenas podía luchar contra la humedad.
A medida que pasaba por las celdas, aquellos que veían mi luz me pedían clemencia. Sin embargo, mi clemencia no les daría la libertad. Eso solo podía hacerlo la de mi padre.
Por desgracia, el rey desconocía el significado de esa palabra.

El capitán de la guardia me condujo hasta una portezuela situada al final del pasillo, pero se negó a abrirla. Desde el interior me llegaba el incesante goteo del agua, pero nada más. El olor nauseabundo que flotaba en el ambiente casi no me dejaba respirar. No tenía ni idea de dónde provenía. Era un lugar escalofriante.

—Dame las llaves. Te juro que nadie se enterará.

El guardia se quedó blanco.

—No puedo, alteza. Su majestad dejó muy claro que cualquiera que abriese esta puerta sería sentenciado a muerte. Tengo hijos a los que alimentar.

Entendía su miedo y no me cabía la menor duda de que mi padre lo mataría por la desobediencia. Bien sabían los dioses que había matado por mucho menos. De modo que le di las gracias y esperé hasta que se alejó para arrodillarme en el frío y húmedo suelo. Una vez así, abrí la trampilla diseñada para introducir comida en la celda desde el pasillo.

—¿NamJoon? —lo llamé—. ¿Estás ahí?

Me tumbé en el sucio suelo para echar un vistazo por la abertura, pero no veía nada. Ni a él ni a su ropa. Ni un rayo de luz.
Al cabo de un rato escuché un leve movimiento en el interior.

—¿Ryssa? —Su voz sonaba débil y ronca, pero el sonido me inundó de alegría.

Estaba vivo.

Metí la mano por la trampilla para tocarlo.

—Soy yo, akribos.

Sentí que me agarraba la mano. Le temblaba un poco. Tenía los dedos muy delgados, casi esqueléticos, y su apretón era muy débil.

—No deberías estar aquí —me dijo con esa voz ronca—. Nadie tiene permiso para hablar conmigo.

Cerré los ojos al escuchar esas palabras e inspiré hondo para serenarme. Quería preguntarle si estaba bien, pero habría sido absurdo. ¿Cómo podía estar bien encerrado en una celda diminuta como un animal?

Le apreté la mano.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—No lo sé. No soy capaz de distinguir el día de la noche.

—¿No hay ventana?

Soltó una carcajada amarga.

—No, Ryssa. No hay ventana.

Su situación me dejó al borde de las lágrimas.

Me soltó la mano.

—Tiene que irse, princesa. No pertenece a este lugar.

—Ni tú tampoco. —Intenté agarrarle la mano una vez más, pero solo alcancé a tocar el suelo—. ¿NamJoon?

No me respondió.

—NamJoon, por favor. Solo necesito escuchar tu voz. Necesito saber que estás bien.

El silencio fue su respuesta.
Me quedé tendida en el suelo un buen rato, con la mano metida en la celda y con la esperanza de que volvería a agarrarmela. Mientras esperaba seguí hablándole, a pesar de que se negaba a contestarme. Claro que no podía culparlo.
Tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado. Ni siquiera alcanzaba a imaginarme el horror que debió de sufrir cuando lo arrastraron por las calles para encerrarlo en ese lugar.
¿Y por qué?
¿Por alguna afrenta imaginaria a ojos de mi padre? ¿Porque Estigio necesitaba restaurar su dignidad? Me daban asco.

No me marché hasta que un sirviente bajó para llevarle la cena. Un cuenco de sopa aguada y agua maloliente. La miré espantada.

Esa misma noche Estigio cenaría sus platos preferidos y comería hasta saciarse mientras los nobles se congregaban a su alrededor para desearle lo mejor y para complacer todos sus caprichos. Padre lo cubriría de regalos y lo bañaría con su amor y sus buenos deseos.
Mientras NamJoon seguía encerrado en una celda inmunda. Solo. Hambriento. Encadenado.

Con los ojos llenos de lágrimas observé que el sirviente cerraba la trampilla y nos dejaba a solas de nuevo.

—Feliz cumpleaños, NamJoon —susurré, a sabiendas de que él no podía escucharme.











































































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Hola amores, Buenos días. Que tengan un buen viernes.
Nuevos dos capítulos, disfrutenlos.

Gracias por sus comentarios y votitos, se que solo es adaptación y por eso aprecio su apoyo.

Nos vemos amores, los tqm
































Nos vemos amores, los tqm❤

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◆☆🏛남준: 최초의 다크 헌터🏛☆◆[𝙰𝚍𝚊𝚙t] →❁𝓝𝓪𝓶𝓙𝓸𝓸𝓷❁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora