스물 일곱

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16 de octubre, 9527 a. C. Monte Olimpo

Hermes, un dios bajito y delgado de ojos y pelo oscuros, recorrió volando el salón de Zeus hasta plantarse delante de su padre, que solo aparentaba tener unos pocos años más que él. Hermes no sabía muy bien lo que pasaba, pero casi todos los dioses estaban presentes en el salón del trono.
No le prestaron atención hasta que habló.

—Sabes que no hay que matar al mensajero, ¿verdad? Se los recuerdo por si acaso. Y tenganlo muy presente.

Zeus lo miró con el ceño fruncido al tiempo que se levantaba de la silla y se alejaba de Poseidón, con quien había estado jugando una partida de ajedrez. Ataviado con una vaporosa túnica blanca, el regente de los dioses tenía el pelo rubio muy corto y los ojos de un azul intenso.

—¿Qué pasa?

En respuesta a la pregunta de su padre, Hermes señaló hacia los ventanales desde los que se divisaba el plano humano.

—¿Le han echado un ojo últimamente a Grecia?

Artemisa contuvo el aliento, presa de un mal presentimiento. Se quedó muy quieta donde estaba, sentada a la mesa enfrente de Afrodita, Atenea y Apolo.
Apolo puso los ojos en blanco e hizo un gesto arrogante con la mano para quitarle hierro al asunto.

—¿Qué pasa? ¿Están reaccionando a la maldición que les he echado a los apolitas?

Hermes negó sin poder disimular la ironía.

—No creo que eso les importe tanto como el hecho de que la Atlántida acaba de desaparecer y de que la diosa Apolimia está sembrando el caos a su paso por nuestro país, matando a todo aquello que se le pone por delante. —Miró a Apolo con expresión petulante—. Y por si les pica la curiosidad, les diré que viene derechito por nosotros. Podría estar equivocado, por supuesto, pero me da en la impresión que la diosa está muy cabreada.

Artemisa se encogió al escuchar esas palabras.

Zeus fulminó a Apolo con la mirada.

—¿Qué has hecho?

Sin rastro de su anterior arrogancia, Apolo se quedó blanco y el miedo asomó a sus ojos.

—He maldecido a mi gente, no a la suya. No les he hecho nada a los atlantes, padre. A menos que su sangre esté mezclada con la de mis apolitas, mi maldición no los afecta. No es culpa mía.

Con un nudo enorme en el estómago, Artemisa se tapó la boca con la mano al comprender a qué panteón debía de pertenecer NamJoon. Aterrada por lo que Apolo y ella habían puesto en marcha, se marchó del salón, donde los dioses se preparaban para la guerra, y entró en su templo, donde podría pensar sin que sus furiosos gritos la interrumpieran.

—¿Qué puedo hacer?

Estaba a punto de llamar a sus korai cuando las tres Moiras aparecieron en su dormitorio. Las trillizas estaban en la plenitud de su juventud y sus hermosos rostros eran tres copias perfectas. Sin embargo, eso era lo único que tenían en común. La mayor, Átropos, era pelirroja, Cloto era rubia y la más pequeña, Láquesis, era morena. Eran las hijas de la diosa de la justicia. Nadie sabía muy bien quién era su padre, pero muchos sospechaban de Zeus.
Lo único que sabían los dioses del Olimpo era que esas tres jovencitas eran las más poderosas de todo el panteón. Incluso Zeus evitaba llevarles la contraria.
Desde su llegada hacía más de diez años, todos las habían evitado. Cuando las tres se agarraban de las manos y declaraban algo, su palabra se convertía en la ley del universo y nadie era inmune.
Nadie.

Artemisa no sabía por qué estaban en su templo.

—Si no les importa, ahora mismo estoy ocupada.

◆☆🏛남준: 최초의 다크 헌터🏛☆◆[𝙰𝚍𝚊𝚙t] →❁𝓝𝓪𝓶𝓙𝓸𝓸𝓷❁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora