일곱

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3 de Julio, 9528 a. C..


NamJoon estaba recuperando la confianza en Artemisa poco a poco. O eso o simplemente se estaba convirtiendo en una mascota más obediente. En ocasiones no sabía ni lo que era.
La diosa acudía a él cuando se aburría o tenía hambre, y lo dejaba solo si tenía otras obligaciones que atender.
Sin embargo, al menos había cumplido su promesa de no volver a pegarle. De hecho, nadie le había hecho daño desde hacía varias semanas, ya que Artemisa lo mantenía bien apartado de su padre.

En ese momento estaba sentado en su templo del Olimpo, en un diván blanco situado en mitad de la sala de recepción. Una de sus doncellas había reclamado su presencia, y Artemisa lo había dejado allí encerrado. Aburrido como una ostra, echó un vistazo por la estancia y reparó en la cítara de oro que descansaba sobre un cojín en el suelo, en un rincón.
Hechizado por el instrumento, lo agarró con gran reverencia. No había tocado desde que dejó la Atlántida. La música era una de las muchas cosas que le habían enseñado, aunque en su caso tenía un talento natural.
Lo que más le gustaba eran las emociones que le provocaba. Al igual que sucedía con las representaciones teatrales, era capaz de dejarse llevar por las canciones y las notas.
Rasgó las cuerdas y dió un respingo al escuchar lo desafinada que estaba la cítara. Solucionó el problema en un abrir y cerrar de ojos. Satisfecho, comenzó a tocar.

Artemisa se quedó de piedra al regresar a su templo. Al principio creyó que su sobrina Satara estaba tocando la cítara que utilizaba para entretenerla a ella y a las otras korai. Hasta que escuchó la maravillosa voz masculina que acompañaba la melodía. La canción, tan dulce y sentida, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
El talento de NamJoon fue toda una sorpresa. Ni las musas podrían competir con él.

Se materializó en el interior del templo, a su espalda, y lo escuchó tocar.

—Eres increíble —susurró al tiempo que se sentaba detrás de él.

NamJoon dejó de tocar al instante.
Estaba a punto de soltar el instrumento, pero ella se lo impidió.

—Por favor, sigue tocando.

—Solo me gusta tocar cuando estoy solo.

—¿Por qué?

—Porque todos quieren follarme si me escuchan tocar.

Chasqueó la lengua al escuchar la vulgaridad.

—No deberías utilizar ese lenguaje delante de mí, NamJoon. Soy una diosa. Tienes que demostrarme más respeto.

—Perdóneme, akra.

Se apartó un poco de él con un suspiro al escuchar su servilismo. Detestaba que usara ese tono. Lo que le gustaba de él era su fuego y su rebeldía. Una faceta de su carácter que aparecía cuando estaba relajado. Sin embargo, en cuanto le regañaba, adoptaba la actitud sumisa que tenía en ese momento.
Y lo detestaba con todas sus fuerzas.

Le ofreció el instrumento.

—¿Quieres tocar para mí? Solo estamos nosotros dos, y me encantaría escuchar tu voz.

NamJoon se colocó de nuevo la cítara en el regazo y comenzó a tocar.

Ella se pegó a su espalda y lo abrazó mientras tocaba.

—¿Qué otros talentos me has estado ocultando?

—Estoy versado en cualquier arte que sirva para entretener a los demás.

—¿Como cuáles?

—Sé tocar varios instrumentos musicales, cantar, contar historias, dar masajes, bailar y follar.

◆☆🏛남준: 최초의 다크 헌터🏛☆◆[𝙰𝚍𝚊𝚙t] →❁𝓝𝓪𝓶𝓙𝓸𝓸𝓷❁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora